Por Alelhi Rodríguez
Es un documento de 1810, resguardado por el Archivo del Poder Judicial del Estado de México y que constata su contribución en la vacuna contra la viruela.
Fue a finales del siglo XVIII que en Inglaterra se descubrió el origen de la cura para esta enfermedad; se encontraba en las ubres de las vacas lecheras, en aquel país y en Tlalnepantla, donde posiblemente había bovinos con estas características.
Un escrito que entre sus líneas solicita a los administradores, ganaderos y dueños de haciendas, pertenecientes al distrito de Tlalnepantla, para revisar las ubres de sus vacas y brindar informes sobre los resultados, pues en ese año se localizó una vaca en Atlixco y otra en Valladolid con pústulas en las ubres. Se creía que, si las personas al ordeñarlas presentaban alguna herida en sus manos, se inoculaban de inmediato.
En 1775, Edward Jenner empezó un minucioso estudio sobre la relación entre la viruela bovina y la de humanos. Después de experimentar con animales descubrió que, si tomaba un extracto de una llaga de viruela bovina y se la inyectaba a un ser humano, esa persona quedaba protegida contra la viruela.
“A partir de estos descubrimientos en Inglaterra, se empezó a buscar en varias partes del mundo, incluyendo en el Reino de la Nueva España, vacas que tuvieran estas pústulas y pudieran ayudar a crear las vacunas en contra de la viruela; entonces, a través de estos expedientes, se ordena la investigación, particularmente en Tlalnepantla”, detalló el subdirector general del Archivo, Ángel Alejandro Dávila Sánchez.