Por Yuritzi Becerril-Tinoco
Paloma Mira al cielo
Organizar, ordenar, reunir, formar conjuntos, campos semánticos, atar cabos, archivar. Agrupar es una arte, sobre todo porque nos recuerda que agrupamos en función de nuestro pensamiento. Recuerdo esa enciclopedia china recuperada por Borges y citada por Foucalut en el prefacio de Las palabras y las cosas, donde se propone de una forma casi disparatada una taxonomía para ordenar a los animales, que van desde los que pertenecen al emperador hasta los que acaban de romper un jarrón, pasando por los que tiemblan como enojados. El Emporio celestial de conocimientos benévolos, como se llama la enciclopedia propone este orden de una forma natural, donde los perros sueltos conviven con sirenas y con aquellos que de lejos parecen moscas. Tan rico como el conjunto celestial es el argumento del filósofo y del escritor. Foucault quien nos recuerda que “lo que se nos muestra como encanto exótico de otro pensamiento es el límite del nuestro: la imposibilidad de pensar esto”. Borges por su parte advierte que «(…) notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural.
La razón es muy simple: no sabemos qué cosa [realmente] es el universo».
Así que no sabemos qué es el universo. Quizá por eso Palomar mira al cielo. Día y noche mira las estrellas. El señor Mohole, por su parte estaría destinado a mirar los abismos interiores, las entrañas de la tierra, la obscuridad. Ambos caminan en direcciones opuestas. Lo anterior pensando en una línea vertical, binaria, antitética: arriba y abajo. Sin embargo, también podemos pensar en la escala del universo, donde podemos incluir desde lo diminuto e imperceptible, hasta lo gigantesco e igualmente imperceptible por encontrarse a millones de años luz de nuestra mirada, es decir, lo gigantesco percibido como diminuto, como simple luz. Una estrella. La vía láctea.
El caso es que el señor Palomar no mira la escala del universo, mira al cielo. El señor Mohole no existe, así que no mira nada, ni los microorganismos, ni las ondas de luz, ni tampoco las entrañas de la tierra, mucho menos la malevolencia social. No existe, más que como un sistema de clasificación binario, como un papel arrugado lanzado al cesto. Entonces, nos olvidamos del señor Mohole y nos dedicamos a leer los silencios de Palomar, a ver las olas en los ojos de Palomar, a acompañar a Palomar a hacer las compras, a mirar la luna de la tarde junto con Palomar.
Italo Calvino nos propone un orden del universo. Unas veces formado por silencios y palabras, otras, por necesidades, posibilidades e infinitos. De manera formal, la propuesta se muestra como un diseño matemático perfecto. 1.- Visión, naturaleza, descripción; 2.- lenguaje, cultura, significado, símbolos, relato; 3.- cosmos, tiempo, infinito, mente.
Italo Calvino propone un recorrido parecido al de la iluminación buddhista. De la comprensión de la naturaleza y de la cultura llega al cosmos, al tiempo, al infinito y finalmente, a la mente. De la descripción y del relato, se pasa a la meditación. La conciencia. Es quizá el máximo anhelo del hombre consciente a su paso por el mundo. “Un hombre se pone en marcha para alcanzar, paso a paso, la sabiduría”. Todavía no la ha alcanzado, pero está camino a ella. Palomar es parte de este camino.
Sirva esta clasificación como potencia de posibilidades e infinitos con la cual se inaugura esta columna llamada Visualidad Expandida que aparecerá semanalmente en este periódico en la que me referiré a temas de visualidad y arte contemporáneo.