POR Norberto HERNÁNDEZ
En 1987 dejó de existir el Partido Revolucionario Institucional (PRI) tal como lo vieron nacer los revolucionarios que le dieron vida y se sirvieron del partido como instrumento de acceso al poder público. La idea de Calles (PNR) y Lázaro Cárdenas (PRM) se alimentó con los ideales del nacionalismo revolucionario. Con Miguel de la Madrid llegó la tecnocracia y desde entonces el PRI se vacío de contenido ideológico. Se perdió el fondo que lo sostuvo desde 1929 a 1987. Con el destape del candidato Carlos Salinas de Gortari llegó la contrarrevolución. Los tecnócratas se apoderaron del PRI; del discurso de la revolución pasaron al liberalismo social, la modernización y la llamada reforma del Estado.
Miles de sus militantes de a pie se fueron con el movimiento de la Corriente Democrática encabezada por Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas. De hecho, las elecciones de 1988 en la percepción ciudadana fueron un fraude electoral en contra del candidato del Frente Democrático Nacional y eso detonó un cambio en el desarrollo político del país. Fue la señal que el partido dominado por la tecnocracia estaba cerca de perder la presidencia de la República. Salinas creo el Programa Nacional de Solidaridad (PRONASOL) que sustituyó a las bases priistas y en 1991 recuperó lo perdido en 1988.
Para 1994, el sueño del salinismo regreso a los mexicanos a la cruda realidad. El país que anunciaban estaba en banca rota y con una grave crisis política nacional. A pesar de todo, el PRI ganó las elecciones presidenciales, pero a meses de haberlo hecho, reventó la economía. Fue la quiebra del modelo neoliberal. Alguien dijo que la economía estaba sostenida con alfiles y hubo quien contestó: “para qué se los quitaron”.
Seis años después perdieron la titularidad del Poder Ejecutivo ante el Partido Acción Nacional (PAN) y, con fuertes señalamientos de fraude electoral, en el 2006 el PAN conservó la silla presidencial. Algo sucedió y el PRI tuvo un candidato súper estrella que, siendo gobernador mexiquense, se convirtió en el emblema del (nuevo) priismo nacional. En 2012, recuperaron el gobierno de la República. Ahí empezaron todos sus problemas. El trabajo de los periodistas independientes hicieron públicos los escándalos de corrupción originados desde la cúpula del poder. La bola de nieve creció y creció. Así, las elecciones se convirtieron en un medio para hacer efectiva la molestia social a través del voto.
La caída político-electoral del PRI no tuvo ningún gobierno en dónde anclarse, en donde mostrar que podían gobernar de buena manera. Desde la presidencia, las gubernaturas y los municipios la sombra de la corrupción los cubrió. Jaló con toda la clase política y marcó a las nuevas generaciones de priistas que regresaron, simpatizaron o se afiliaron al partido por el encanto del peñismo. En el orden local, en los pocos triunfos del PRI en los municipios del estado de México no existe uno que marque la diferencia o que se diga que hace las cosas bien y mejor que sus competidores. Eso es un grave error. Son pocos y nada trascendentes, cuando la lógica dice que al ser pocos deberían ser los más destacados. Para el elector local, el de la colonia, son más de lo mismo.
El PRI mexiquense nunca ha dependido del Comité Ejecutivo Nacional. Es más común que sea al contrario, que el PRI nacional dependa del priismo mexiquense. Desafortunadamente, la militancia fiel al partido no tiene dirigencia, al menos no en el nivel de las exigencias. Son forma, sin fondo. Así es complicado que puedan competir con opción a ganar. Antes bien, es probable que sus simpatizantes sean jalados por la corriente del morenismo ascendente. Las bases militantes son coincidentes ideológicamente, tienen tatuado el nacionalismo revolucionario y eso es un valor de identidad para definir su preferencia. Puede que en el extremo de la decisión, al momento de emitir su sufragio, lo hagan bajo la lógica del voto útil.
Los priistas saben competir en elecciones, pero sin una dirección clara, difícilmente pueden cambiar el resultado comicial. Su alternativa es lanzar lo mejor que tienen a partir de que sean las bases priistas los que voten para elegir a sus candidatos, eso ya es un buen principio. La llamada consulta a la base es el origen de mejorar sus posibilidades de triunfo o, al menos, de tener mayor votación para el acceso a más espacios por la vía plurinominal. Existe el riesgo que, cupularmente, se decidan alianzas de facto con la derecha; eso sería el error más grave del PRI mexiquense. La militancia quedaría suelta, decepcionada y con el derecho a definirse por los candidatos del partido con el que tienen mayor identidad de pueblo.
El montielismo puede ser lo más criticado del priismo mexiquense, pero fue lo más efectivo.