POR Alberto ABREGO
“Nunca olvides”
Con esta frase recuerdan año con año los atentados terroristas en los Estados Unidos.
Han pasado ya 19 años. Aquel 11 de Septiembre de 2001 marcó el nacimiento de un siglo de furia y odio. Hay recuerdos de tristeza, de decepción y de indignación. Hay heridas que no cicatrizan, y no cicatrizarán jamás.
Ese día la maldad y la tragedia se anotaron un gran triunfo, espectacular, demoledor, cruel. El destino de Nueva York cambió. El destino del mundo cambió. A 19 años, la tensión y el dolor aún son palpables.
Las Torres Gemelas eran el símbolo del poder económico de Estados Unidos. Fueron inauguradas el 4 de abril de 1973, tenían cada una 110 pisos y en ellas había 376 oficinas de diferentes empresas. En el lugar trabajaban más de 50 mil personas, pero en el momento del atentado se encontraban unas 16 mil. La Torre Norte fue impactada a las 8:46 a.m. y se derrumbó a las 10:28 a.m., tras 102 minutos en llamas; en tanto que la Torre Sur recibió el ataque a las 9:03 a.m. y cayó 56 minutos después. Según algunas fuentes periodísticas fueron halladas 21,900 piezas de restos humanos, de los cuales sólo el 60 por ciento han sido identificados. Fuentes oficiales señalan que ese día el atentado cobró 2997 vidas, incluyendo las de policías, personal de bomberos, rescatistas, pasajeros y de 19 kamikazes que secuestraron los cuatro aviones, dos que estrellaron en la torres, uno en el Pentágono, y uno más que trataron de recuperar los valientes pasajeros y que cayó antes de lograr su cometido; mientras que los heridos fueron cerca de 7 mil, muchos de los cuales murieron después.
Las imágenes de las Torres Gemelas en llamas, y las de sus escombros aún están ahí, en las conciencias, en los recuerdos y en la impotencia. En aquel atentado perpetrado por los asesinos de Al Queda no sólo derribaron el World Trade Center y cegaron miles de vidas en Nueva York, sino cambiaron el rumbo de la historia. Ese acto de bestialidad espectacular solamente planeado y concebido por el hombre produjo no sólo humillación al imperio estadounidense, sino a toda la humanidad.
Después de aquel día, ¿qué puede esperarse el hombre?, ¿cuántos 11-S faltan?, ¿cuántos más soportará la especie?, ¿nunca se saciará la sed de sangre de los malditos? Fue lamentable que los líderes mundiales en su momento optaran por la cultura del ojo por ojo y diente por diente. Desataron posteriormente una bestial venganza no sólo contra el terrorismo, sino contra gobiernos, pueblos, personas inocentes y contra todo lo que se les puso enfrente. Alimentaron la cultura del miedo, la cultura del terror, de la muerte, de la venganza. Fue la guerra del terrorismo contra el terrorismo, de las muertes contra más muertes, de los “asesinos buenos” contra “asesinos malos”, de los depredadores contra depredadores, de la estupidez contra la estupidez, de los malditos contra los malditos.
Al recordar, la herida duele de nuevo, y seguirá doliendo. Ese 11 de Septiembre de 2001 fue un parteaguas de la humanidad; el mundo violento en que vivimos se divide entre el antes y después de aquel día en que el mundo retrocedió.
Ilusiones perdidas, vidas mutiladas y el recuerdo permanente de aquella tragedia de proporciones un día inimaginables son el resultado de una huella imborrable que la humanidad llevará marcada en la conciencia hasta el final de los días. La historia condenará por siempre aquel ejemplo de la sinrazón humana. Con las torres gemelas se cayó también una gran parte de nosotros, como seres humanos, como seres pensantes, racionales; no por lo que significaban económicamente, sino por la forma inútil e indignante en que murieron miles de personas inocentes.
Ahora existe ahí sólo un enorme hueco que no se llenará con nada, no existe cura posible a ese vacío del raciocinio humano. Desde aquel día el mundo ya no es el mismo, y no es mejor. Aquel fue el día de la vergüenza humana, el día del dolor, el día del terrorismo, el día en que triunfaron los malditos.
Y el tiempo pasa, avanza inexorablemente, y la vida sigue, y en la memoria marca este como el día en que el mundo sufrió, hace 19 años una regresión infinita.
¿Qué más podemos escribir que no se haya escrito ya?, sólo nos quedan las preguntas, nos quedan los desafíos, ojalá también nos queden las esperanzas y los sueños…