POR Yuritzi BECERRIL TINOCO
El 20 de febrero de 1943 un fuerte temblor anuncia el sorpresivo surgimiento de un nuevo volcán en una llanura del altiplano mexicano. Ocurrió en un punto donde no se había registrado actividad volcánica alguna. Las primeras 24 horas, el Paricutín se levantó 7 metros del suelo, arrojando al aire material incandescente. En la primera semana, la montaña de ceniza llegó a los 50 metros y continuó creciendo hasta alcanzar 600 msnm.
Tres décadas después, de paso por México, un coleccionista incognito recupera un poco de arena producto de esta explosión y la coloca en un frasquito de vidrio que luego presentaría junto con otros frasquitos de arena del mundo, en una exposición de arte sobre colecciones exóticas.
Italo Calvino se detiene frente a estos frasquitos, entra con la mirada en uno de ellos. Observa en él las dunas del desierto Merzouga, ahora contenidas en un microcosmos de cristal. Se da cuenta de que una porción del infinito ha sido robada y traída al mundo. Piensa esto mientras recuerda la luz del universo que se mira en la obscuridad del desierto Marroquí. Somos polvo de estrellas, se dice. Luego llega a una playa de piedrecitas rosas. Playas de piedrecitas rosas aquí y allá. Arenas grises de Córcega, arenas negras de México y Hawai, suave arena blanca desde donde se mira el azul turqueza del mar Caribe. Una historia polícroma del planeta.
Pero ésta es una exposición de colecciones raras, y hasta aquí solo se ha hablado de una de ellas. Calvino continúa: “–colecciones de cencerros de vaca, juegos de lotería, cápsulas de botella, silbatos de terracota, billetes ferroviarios, trompos, envolturas de rollos de papel higiénico, distintivos colaboracionistas de la Ocupación, ranas embalsamadas–“. Un circo. Un cajón con tapa de vidrio deja ver unas carpetas que cuidadosamente llevan atados “Los hombres que me gustan, Las mujeres que admiro, Mis celos, Mis gastos diarios, Mi moda, Mis dibujos infantiles, Mis castillos, e inclusive Los papeles que envolvían las naranjas que comí.”. Locura, solo locura.
“La fascinación de una colección reside en lo que revela y en lo que oculta del impulso secreto que la ha motivado”, dice Calvino. He aquí un argumento que da pie a su narración. Toda colección nos cuenta una historia. Cada objeto minuciosamente guardado y dotado de un nuevo orden preserva el tiempo de los descuidos de una memoria siempre olvidadiza.
Sin embargo, la colección de arena va más allá. Con la sutileza de la arena fina que resbala por los dedos, la coleccionista nos pone frente al universo, frente al origen de todos los tiempos. Miles de millones de años atrás, mucho antes de que apareciera la vida en el planeta, la arena mineral ya habitaba el planeta. Antes, incluso de que se formaran, como volcanes, las palabras.