POR Isidro O’SHEA
Cuando era pequeño odiaba dos refranes populares, dado que parecían poco justos; porque si bien los entendía, no lograba comprenderlos como una forma de vida para la sociedad: “No hagas cosas buenas que parezcan malas” y el “Más vale malo conocido, que bueno por conocer”.
Las dos continúan siendo, desde mi percepción, poco éticos; lo que de pequeño llamaba injusto. Sin embargo, hoy desafortunadamente no solamente entiendo, sino que también comprendo su razón de ser.
En México tenemos el más grande ejemplo de la razón de existir de ambos refranes, sobre todo del “más vale malo conocido, que bueno por conocer”.
La 4T nos ofreció y prometió todo, incluso continúa haciéndolo. Afirmó que se acabaría la corrupción (plena demagogia, estoy consciente) por el simple hecho de que el presidente no iba a ser corrupto; prometió que la inseguridad y el crimen organizado se convertirían en leyenda; y que el poco crecimiento del PIB sería cuestión del pasado. Lo que cumplió fue el tercero, porque México ya no crece poco, ahora decrece.
Sin embargo, más allá de no cumplir, todo resultó peor. Su discurso de cero tolerancia a la corrupción está más desgastado que nunca, y ojalá la historia lo recuerde como lo que ha sido: uno de los presidentes más permisivos con la corrupción de sus allegados.
En administraciones pasadas, sorprendía el nivel de corrupción de personas sumamente cercanas a los ex presidentes. Si aquellos eran cercanos, estos son no solamente los funcionarios más allegados al presidente, sino también sus familiares: sus hijos; su hermano; ahora su prima.
El presidente no únicamente les fue leales a los corruptos de Bartlett o Bejarano, sino que incluso, aumentó los soldados de su ejército para que hicieran malabares con los recursos de los mexicanos.
No va solamente de la corrupción y cero vergüenza del presidente, va también de los nulos escrúpulos que la administración federal muestra día con día: disminuyen radicalmente las becas CONACyT; ofrecen sistemas de salud al nivel de países nórdicos, pero tienen a los niños que padecen cáncer sin su medicamento; prometen acabar con el crimen organizado, pero liberan al hijo del capo más grande del mundo; dicen proteger a las minorías indígenas, al mismo tiempo que acaban con las reservas naturales del sureste mexicano.
El presidente destruye con la derecha, lo que muchísimos líderes respetables del siglo XX construyeron con la izquierda.
A diferencia de MORENA, el PRD, el partido de la izquierda mexicana que dio grandes frutos para la democratización del país, no se distinguía por simple caudillismo y fácil retórica, sino por el diálogo con las instituciones con las que no coincidían plenamente. El partido del sol azteca, entendía el rol que jugaba dentro del sistema de partidos, e incluso asumió que, aún siendo la gran fuerza de izquierda opositora al régimen autoritario priista, fuera otro partido (el PAN de Vicente Fox) quien recogiera los frutos de la lucha por la democratización de nuestro país.
Hoy los morenistas sienten que se llenan la boca al hablar de la alianza institucional entre el PRI, PAN y el PRD; cuando en realidad lo único que están haciendo es escupir para arriba; pues ellos tienen la misma alianza, pero de manera informal y con las peores caras: Bartlett; Fernández Noroña; Mario Delgado, Germán Martínez; el mismo presidente. Mientras que el PRD sigue luchando por lo mismo que hace 20 años, terminar con el autoritarismo del poder ejecutivo y lo que ello conlleva.
Tanta desvergüenza hay en los niveles más altos de la 4T, (apenas a 2 años de asumir el poder) que no hemos tenido que esperar a que se convierta en expresidente, para saber de sus hazañas personales con los recursos públicos. No estamos ni a la mitad del sexenio y ya se nos acabó la tinta de la pluma para continuar con la lista.
En días pasados decía en otro espacio, que el presidente continúa con niveles aceptables de aprobación, pero mencionaba también que, a dos años de sus respectivos gobiernos, Salinas de Gortari y Felipe Calderón tenían niveles similares de respaldo. Pero existe una enorme diferencia, sobre todo respecto a Salinas de Gortari. AMLO ha bajado su aprobación en más de dos dígitos, Salinas de Gortari la aumentó en más de dos dígitos, producto de su búsqueda por lograr la legitimidad, que las elecciones de 1988 no le dieron.
A través de su programa solidaridad, dirigido a los más pobres del país, Salinas lo logró; al punto de que, en las elecciones intermedias de 1991, el PRI volvió a ganar (ahora sí legal y legítimamente) lo disputado.
Así pues, lo que 1991 fue para Salinas, el 2021 puede llegar a ser para López Obrador, pero a la inversa. Una pérdida drástica de legitimidad, pero, sobre todo, de lo mejor que cualquier persona puede gozar: de su palabra.
Hoy López Obrador es el político más poderoso de México, pero es también el gran esclavo, el esclavo de cada una de sus mentiras y palabras.