Unidad partidaria.
Por Norberto Hernández.
En algún momento de la crisis derivada por la presencia de la corriente democrática al
interior del Partido Revolucionario Institucional (PRI), el presidente Miguel de la Madrid
Hurtado se opuso a la existencia de grupos y corrientes con el argumento que debilitarían
al partido. Aquella decisión, con altos costos para el PRI en elecciones sucesivas,
permitió mantener la unidad de la clase política priista entorno a la designación del
candidato presidencial de 1987. De acuerdo con la práctica del tapado, Carlos Salinas de
Gortari fue el candidato del PRI en las controvertidas elecciones presidenciales de julio de
1988. Los inconformes salieron y formaron el Frente Democrático Nacional (FDN) con el
que compitieron fuertemente al sistema, al grado que prevalece la percepción que el
candidato Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano ganó, pero fue víctima de un fraude patriótico
e histórico. Sin embargo, a pesar de la presión social y política, el PRI y el presidente de
la Madrid sostuvieron a Salinas. El partido conservó su unidad y disciplina interna.
Los simpatizantes del FDN, una vez calificada la elección presidencial en el Colegio
Electoral, optaron por constituirse en partido político. El Partido Mexicano de los
Trabajadores (PMS) cedió su registro y, en 1989, quedó conformado el Partido de la
Revolución Democrática (PRD). Si bien obtuvo su registro como partido en realidad
estaba integrado por grupos, corrientes y líderes históricos de la izquierda y emergentes
escindidos del PRI. En el origen, el PRD nació fracturado. De hecho, tres de sus
dirigentes nacionales fueron ex militantes del PRI. En los procesos electorales siguientes,
la fuerza ganada en las elecciones de 1988 se perdió. Obtuvieron triunfos importantes,
pero locales o focalizados; entre ellos, el Distrito Federal, la Asamblea Legislativa y
delegaciones de la Ciudad de México. El divisionismo, la confrontación y el radicalismo de
sus cuadros dirigentes y militantes fueron la causa para que el partido tuviera más
desgaste interno que el derivado de la competencia electoral. Nunca logró ser un
verdadero partido nacional. Una constante en su devenir fue la renuncia de sus dirigentes
fundadores.
En el caso del Partido Acción Nacional (PAN) funciona de forma parecida al PRI. No hay
grupos ni corrientes internas. Cuando se presentan casos de “indisciplina” la Comisión de
Orden normalmente expulsa a los inconformes. Cuenta con un marco estatutario que
otorga cierta legalidad a los actos del partido, pero en realidad es un proceso recurrente
que se aplica a los militantes disidentes. No importa el peso político del provocador. Lo
mismo, expulsan a un miembro activo que a una figura de la política nacional y no importa
el costo electoral ni sus consecuencias. Se preserva la unidad del partido. En 1976, las
diferencias internas llegaron al nivel de no tener candidato a la presidencia de la
República. El candidato del PRI, José López Portillo, fue candidato único, en alianza con
el Partido Popular Socialista (PPS) y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana
(PARM). El Partido Comunista Mexicano, lanzó a su candidato, pero carecía de registro.
Ante lo evidente y el poder estatutario del PAN, los aspirantes a expulsión toman la sabia
decisión de renunciar. Es más elegante, pero es lo mismo. El PAN tiene un marco
normativo sólido para elegir a sus dirigentes y candidatos de manera democrática, pero
en los últimos años ha roto con la continuidad de esa vocación. Son los mismos con lo
mismo. Su sentido democrático se ha distorsionado por un partido con fuertes y evidentes
niveles de corrupción. Lo más costoso para sus simpatizantes y militantes es su cercanía
con el PRI, partido al que combatieron desde su fundación en 1939.
Los tres casos deben ser ejemplos útiles al Movimiento de Regeneración Nacional
(MORENA). Urge que avance con firmeza y seriedad en la conformación de un partido
realmente nacional. La competencia político-electoral implica un trabajo de mayor
compromiso al interior del instituto político. Ganar por el voto útil no es suficiente para
construir un proyecto de nación en el largo plazo. Tampoco es signo de fortaleza que un
determinado candidato gane una elección, cualquiera que esta sea. El partido es la
institución no la persona ni el candidato. Hace mucho que ningún partido tiene un
dirigente por la imposición de un interés particular o de un grupo minoritario. Eso es dar
un sentido ocasional al partido, pero no consolida metas de trascendencia. Atar el futuro
de MORENA al liderazgo sexenal del presidente de la República, Andrés Manuel López
Obrador, es un error estructural. Urge su reconstrucción interna, tener procesos menos
violentos en la elección de sus dirigentes y hablar más de la propuesta, de la visión de
país en sus tres niveles de gobierno.
Al PRI, al PAN y al PRD los destruyó el voto útil. Ese es el riesgo para MORENA. La
democracia como recurso utilitario ha destruido a los partidos.