POR Tonantzin ROMERO
Ha pasado más de un año desde que se informó acerca de la enfermedad causada por el virus SARS-CoV-2 en China y estamos a escasos meses para que se cumpla el año en que el gobierno de México alertó a la ciudadanía sobre el primer caso en el país y se tomaran medidas para evitar la propagación del Covid-19.
Las consecuencias de la actual pandemia siguen causando estragos en los sectores vulnerables del país, la economía de los mexicanos se ha visto mermada por la falta de trabajo, el cierre de negocios no esenciales y los gastos médicos de quienes, lamentablemente se han contagiado.
La vida dio un vuelco que nos pasmó a todos, nuestras actividades diarias cambiaron repentinamente, por solidaridad debimos dejar de salir. Se cancelaron fiestas, conciertos, convenciones, bailes y ferias; o al menos eso se intentó, todo con la finalidad de evitar el desbordamiento de los hospitales. Cada mes anhelamos escuchar la feliz noticia de que la pandemia ha terminado y poder retomar nuestras rutinas.
Cada día es una lucha para cada persona; sin embargo, han sufrido más las personas que viven al día con su trabajo, es el caso de los ferieros quienes vieron interrumpida su fuente de trabajo. Se vieron afectados por la contingencia, pues al evitar las aglomeraciones y cancelas las festividades, perdieron la oportunidad de seguir trabajando y quienes lo intentaron vieron mayores pérdidas.
La consecuencia es clara, ahora podemos ver las alcancías y juguetes de feria en las calles, a los trabajadores, los encontramos en las carreteras, procurando cambiar sus artículos por productos de la canasta básica o esperando a que alguien se anime a comprarles algún premio; incluso los ferieros se ponen a disposición de quién necesite de su trabajo que va desde mantenimiento hasta la albañilería; todo sea por llevar comida a la mesa, por sobrevivir.
Ahora, el tiempo no ha sido un buen amigo, cada día que pasa se van agotando los recursos, los ahorros, la comida y la esperanza; va creciendo el miedo y la carencia de quienes tienen poco, o casi nada. Ante la desesperación cualquier oportunidad es buena y las familias de los ferieros lo saben, por eso no se rinden, resisten.