REDACCIÓN
El semblante serio, la mirada profunda, un traje de charro portado con finura, el anhelo por la tierra y libertad pero, sobre todo, el coraje para defender la dignidad de los campesinos e indígenas, son emblemas que identifican a Emiliano Zapata Salazar, quien a 100 años de su muerte, se ha convertido en un símbolo de rebeldía y resistencia para los pueblos oprimidos en el mundo.
En entrevista con Notimex, descendientes del caudillo de la Revolución Mexicana, relataron como la frase ¡Zapata Vive! cumple cabalmente en el legado de su lucha y en las personas que, tomando su imagen como estandarte, continúan persiguiendo los ideales de tierra, libertad, justicia y ley.
“Zapata es un símbolo incómodo para el sistema, incómodo porque al hablar un gobierno de Zapata, debe de cumplir con las demandas del pueblo, porque si no, vamos a ser igual que hace 70 años”, aseguró Edgar Cortés Zapata, bisnieto del general.
Edgar Cortés es historiador, ha estudiado la historia de su ancestro y la trascendencia que Zapata ha tenido.
Declaró que otras luchas, como la Revolución Cubana, se inspiraron en las tácticas militares del ejército suriano con su guerra de guerrillas; también, las revoluciones de la segunda mitad del siglo XX en Centro y Sudamérica retomaron los objetivos del caudillo; incluso, en 2010, fue develado un busto del revolucionario en Argelia, África, por influir en las luchas de los pueblos en aquel continente.
“Cabe mencionar que durante toda su vida, el general siempre fue perseguido, nueve años de lucha, cinco presidentes que lo querían asesinar y, a pesar de todo, él enarboló un Plan de Ayala, cuyo objetivo era dar una bandera ideológica a su movimiento”, apuntó.
Por su parte, Julieta Ana María Manríquez Zapata, nieta de Emiliano Zapata, hija de Ana María Zapata Portillo, quien fue la primer mujer diputada federal en el estado de Morelos, relató que después de la muerte del general, la familia tuvo que huir por las persecuciones, incluso, llegaron a cambiarse el apellido para no ser asesinados por el gobierno.
“Ella (Ana María Zapata Portillo, hija del caudillo), cuando estábamos pequeños, nos platicaba de la revolución, de cómo fue difícil para ellos, tenían que andar corriendo de un lado para otro; que apenas llegaban a algún lugar, sacaban su metate, lo ponían en el suelo con un caso de bronce y ponían sus frijoles, apenas estaban cocinando y oían `Ahí vienen los pelones´, tiraban el caldo de los frijoles y a seguir huyendo; fue una época muy difícil para ellos, que cada que lo platicaba, se le llenaban sus ojos de lagrimas”, compartió.
Asimismo, Isaías Manuel Manríquez Zapata, nieto de Emiliano Zapata y hermano de Julieta, relató el contexto histórico y social en el que vivió la familia del revolucionario después de su asesinato, el 10 de abril de 1919.
“Toda esta época de arrasamiento, de destrucción total en el estado de Morelos que fue la tercera, con Carranza, se le suma el ingrediente de la influenza, una epidemia, que no había alimentos, no había medicinas, la población estaba anémica, fue una mortandad terrible, el que no moría por los federales, por el gobierno, moría de enfermedad.
“Toda la familia, la mayoría, tuvieron que huir; lo que nos platica la abuela (Petra Portillo Torres, esposa de Zapata), es que llevaba a nuestra madre (Ana María) muy pequeña, de cuatro o cinco años con otros familiares; eran unas seis, siete personas, tuvieron que huir del estado de Morelos hacia las montañas de Puebla, se escondían en cuevas, no había que comer, decía mi abuela que fue una época muy difícil para ellos”, contó.
Recalcó que Emiliano Zapata siempre estuvo en la mira de los gobernantes en turno y de otros líderes revolucionarios, pues cada uno lo intentó matar al menos en una ocasión, no obstante, los ideales del caudillo, aseguran, se mantuvieron firmes y con lealtad a su pueblo.
“Mucha gente decía: `y el general, por qué no se reía´, pues cómo se va a reír si te quieren matar, si andas huyendo, no era una fiesta lo que estaba pasando aquí en Morelos, era una cuestión de muerte, de destrucción que había ordenado el gobierno federal”, apuntó el señor Manuel.
Indicó que por los enfrentamientos en la zona y el hostigamiento, muchas familias huyeron del estado y muchas otras llegaron a los sitios para apropiarse de las casas abandonadas. La familia de Zapata se fue de la Villa de Ayala al estado de Puebla, años después, terminado el conflicto, regresaron para establecerse en la ciudad de Cuautla.
Aunque en 1920, por órdenes del presidente Álvaro Obregón, se inició el reparto de ejidos, a la mayoría de los revolucionarios zapatistas, incluyendo la familia de Emiliano, no fueron parte de los frutos que logró su lucha.
“Todos los que participaron se murieron, los mataron, los que quedaron fueron advenedizos, gentes que no pelearon ni nada, sólo pagaron para que los incluyeran en la nómina”, señaló Manuel Zapata.
Los nietos de Emiliano Zapata Salazar relataron cómo conocieron más allá del personaje histórico o el de los libros, sino que a través de anécdotas, fotografías y relatos se acercaron al que fuera su abuelo.
“Era una persona alta, no demasiada, pero tampoco era muy bajito, delgado tirándole a flaco, muy fibrudo, recio por el trabajo, era una persona fuerte, usaba el bigote largo, le gustaba vestir muy bien desde el calzado, zapatos de una sola pieza, el pantalón de dril, la camisa de olan que le hacía un nudo abajo, su sombrero.
“En todas las fotos se observa que él está muy bien arreglado, muy bien planchado, porque económicamente estaba bien. Él tenía su parcela heredada de sus padres, tenía algunas cabezas de ganado, tenía caballos que era su pasión, y tenía en el cerro una mina de cal, herencia de su padre, don Garbriel, esa cal la utilizaron para la hacienda de Chinameca”, compartió su nieto.
Sobre su carácter, manifestó que siempre fue serio, incluso, parecía siempre enojado, pero le gustaba jugar con los niños; era una persona atenta y amable que a toda la gente del pueblo trataba con respeto, sin importar su condición económica.
“Cuando había un remanso de paz y le decían `jefe, en tal punto vamos a reunirnos´, el preguntaba: `¿qué hay para la comida?, no pues, busquen lacen un toro y lo preparan´, hacían la barbacoa y le llevaban un plato y tortillas y no lo aceptaba sino al ultimo, siempre se preocupó por su gente”, dijo.
Comentó que ese respeto y aprecio de los morelenses se vio recompensado en la época de lucha, pues cuando los ejércitos lo perseguían, en las rancherías y pueblos lo ocultaban y defendían.
“Todo el estado de Morelos lo defendió, porque él supo ganarse el aprecio del pueblo; él respetó al pueblo y el pueblo lo respetaba a él, era una comunión, él era parte del pueblo, él era pueblo, él era indio, entonces él los comprendía”, manifestó.
Sus descendientes aseguraron que Emiliano Zapata protegió siempre al que no tenía nada, a los indígenas y campesinos, y por esa razón sus ideales no empataban con los objetivos de lucha de otros líderes revolucionarios, ni del gobierno, que se enfocaban en mayor medida al control político y militar.
Sin embargo, sus descendientes aseguraron que en los gobiernos posrevolucionarios, la concepción de la historia y legado de Zapata se encaminó más hacia un discurso oficialista e institucional, que alejó a las personas de los verdaderos ideales de lucha de «El Caudillo del Sur.»
“De lo que está cansada la gente es de discursos, yo aplaudo al presidente de tener el membrete oficial del año de Zapata, pero también la gente necesita apoyo de lo que lacera a Morelos, que es el campo y la seguridad.
“Zapata ya no necesita de homenajes, lo que quisiera Zapata es ver una justicia verdadera a la gente, a los pueblos, campesinos, al indígena; yo creo que ese sería un digno homenaje el próximo 10 de abril”, declaró su bisnieto Edgar Cortés Zapata.
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