Un estudio realizado por la Oxford Academy, demostró que al recibir reacciones a las publicaciones se activa un área cerebral relacionada con la recompensa, lo que genera una respuesta de placer.
Sin embargo, existe una visceral paradoja. Ya que al no recibir esas sensaciones de “felicidad” o bien los ya conocidos “likes”, que se “necesitan” percibir al publicar contenido; fijo, como una fotografía, o de movimiento como un video y sus diferentes variantes: reels, videos cortos, videos largos, etc., es demandado de manera inmediata por el cerebro al no obtener interacciones y/o reconocimiento.
Provocando sentimientos negativos como: depresión, ansiedad, soledad, tristeza, baja autoestima, irritabilidad, aislamiento, alejamiento de la vida real, pérdida de control y paciencia, entre otros detalles que con el paso del tiempo pueden llegar a ser problemas, simplemente por no ser “aceptados” en una sociedad mediática.
Se sabe que el padre del primer ordenador personal y fundador de Apple Computer, Steve Jobs, no dejaba que sus hijos interactuaran demasiado con la tecnología, les limitaba el tiempo de uso y es que probablemente, algo intuía acerca de cómo afectan las redes sociales a los más jóvenes.
Un estudio realizado por la Chicago Booth School of Business señalaba, hace ya 5 años, que las redes sociales tienen una capacidad de adicción mayor que la del tabaco o el alcohol. Y recientemente un enorme estudio lazado por el Pew Research en Estados Unidos, analizó las tendencias de “consumo digital excesivo”, entre adolescentes de 13 a 17 años ¡Los números son elocuentes! Youtube reina con 95% de tiempo en línea, contra TikTok subiendo al segundo lugar con 77%, Instagram con un 56%, WhatsApp 34% y Facebook cayendo estrepitosamente con un 22%.
Estos y más canales de comunicación; dejando de lado los beneficios que acarrean de conectividad, originalidad y difusión, son también un billete a una sublime narcosis. Apagan la responsabilidad monopolizándola por ellas y para ellas, seducen a una constante procrastinación vacía, dotada de un sistema de recompensa ágil, adictiva y venenosa. Toda su ergonomía está pensada sigilosamente para hacer perder el tiempo al usuario, en un “nihil facere” (hacer nada, en latín), seductores “instantes” viciosos de “alegría” son centros de temas psicológicos a tratar.