domingo, noviembre 17, 2024
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En Tepic, la casa que vio nacer al poeta Amado Nervo

REDACCIÓN

De rostro como “un Cristo de cuadro Medieval”, “sombreado por la pátina”, “ademanes distinguidos”, “voz lenta y grave”, quien “hacía de su conversación obra de arte”, así describieron artistas al poeta mexicano Amado Nervo, a quien se recuerda en el centenario de su muerte.

Nacido en Tepic, Nayarit, el 27 de agosto de 1870, quien fue figura central del movimiento modernista es sujeto de una serie de homenajes dentro y fuera del país a cien años de su fallecimiento, ocurrido el 24 de mayo de 1919 en Montevideo, Uruguay.

Fue registrado como Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y por su pluma docta en el verso y la prosa recibió alto reconocimiento en el mundo hispano, destacado representante del modernismo. Participó en la Revista Azul y fundó la Revista Moderna.

Su nacimiento ocurrió en la casona del siglo XIX ubicada en el número 284 de la calle de Zacatecas, esquina con Zaragoza, en el Centro de Tepic, que desde el 27 de abril de 1970 fue convertida en Casa Museo Amado Nervo.

En 1999 fue objeto de una restauración a cargo del arquitecto Marco Antonio Rentería Jardón.

Entonces, de acuerdo con información del propio museo, fue dotado de vitrinas, iluminación adecuada, equipo de cómputo y una oficina, todo con recursos del entonces Programa de Apoyo a la Infraestructura Cultural de los Estados (PAICE) del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Una nueva restauración se le hizo en 2001, por parte del Centro Estatal del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). El lugar donde Nervo vio la primera luz se puede visitar de martes a domingo, con entrada libre.

En el inmueble se pueden leer descripciones de Nervo como las siguientes: “flaco como un sarmiento, de paso cansado y voz lenta y grave, de predicador”, así lo recuerda el poeta Rafael López, perteneciente al grupo Contemporáneos.

Para el dramaturgo Carlos Díaz Dufoo, uno de los fundadores de la Revista Azul, “parecía un Cristo mustio, con su barba descuidada y aguda; un Cristo de cuadro Medieval, de rostro sombreado por la pátina”.

Otra figura enorme del Modernismo, el nicaragüense Rubén Darío, se refirió al bardo mexicano de este modo: “Sí, aquel Nervo tenía, ciertamente, una cara israelita y un aire nazareno… ¿os he dicho que ya se parece a Jesucristo?”.

Enrique Díez-Canedo: “Parecía hecho para hablar. Hacía de su conversación obra de arte: sus ademanes distinguidos puntualizaban y subrayaban y toda la luz del espíritu se concentraba en su fina cara azteca”.

Mientras que el maestro Alfonso Reyes apuntó: “Estoy seguro de que nunca se colocaba en el centro; pero allá, en los rincones del diálogo, ¡qué manera de dominar, de hipnotizar y transportar a su interlocutor, como en una nube de espíritu!”, además de que “en otros, el arte disfraza; en él, desnuda”.

El también poeta Bernardo Ortiz de Montellano lo recordó “sumamente afable y hasta modesto en sus modales; bondadoso y considerado cual ningún otro, lo mismo con los grandes que con los de abajo”.

Alfonso Méndez Plancarte, poeta y humanista, destacó que era “el poeta mexicano más leído, más gustado y más amado en su patria y en el extranjero”.

El escritor y diplomático argentino Leopoldo Lugones lo calificó de “gran poeta de la lengua española y que será mañana de toda nuestra latina humanidad”.

Para el diplomático mexicano Genaro Estrada, “ya bien situado entre los vagarosos ámbitos de los caminos del cielo, Nervo era pura nube de poesía, lloviendo un fino rocío de gracia, de serenidad y de sencillez”.

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