Alberto Abrego
“La historia de la civilización humana es también una historia de constante lucha contra enfermedades y desastres. Este virus no sabe de fronteras ni razas”.
Xi Jimping, Presidente de la República Popular de China.
El 31 de diciembre de 2019 China reportó a la Organización Mundial de la Salud, la aparición de una neumonía de origen desconocido en su ciudad de Wuhan. En pocos días las autoridades sanitarias identificaron la causa como una nueva cepa de coronavirus, que en semanas se extendió por el mundo causando a la fecha más de un millón 800 mil decesos.
Siempre existieron sospechas sobre una mala y poco transparente gestión inicial por parte de las autoridades chinas acerca del brote de este nuevo virus; lo que está claro es que después del mal manejo en el brote inicial, hicieron un buen trabajo para contener la enfermedad.
Wuhan, la cuna del virus, es una ciudad de 11 millones de habitantes donde prácticamente se detuvo el tiempo, simulando una ciudad fantasmal. El gobierno ordenó el cierre de oficinas públicas y privadas, las estaciones del tren, las carreteras, los cines, los teatros, los parques de diversiones, las discotecas, los estadios, los restaurantes, los gimnasios, entre otros establecimientos. La orden era que todos se quedaran en sus casas, aún así empezaron a sufrir sus primeras defunciones. Entonces el presidente Xi Jimping ordenó construir un hospital especialmente para atender enfermos de Covid-19, el Hospital Huoshenshan, cuya superficie es de 34,000 metros cuadrados, una hazaña de ingeniería edificado en tan solo diez días en pleno epicentro del brote.
A pocos meses de declarada la pandemia a nivel mundial, China fue la primera gran economía del mundo en volver al crecimiento económico. La capacidad de su gobierno para implementar medidas sanitarias de seguridad y realizar miles de pruebas diariamente, aunado a la respuesta de una sociedad disciplinada se considera algo crucial para el éxito de ese país en el manejo de la crisis sanitaria.
Apenas un mes después de declarada la pandemia, China logró desacelerar los contagios. En abril de 2020, en Wuhan no había ningún paciente por Covid en los hospitales. Este país tiene una población aproximada de 1,500 millones de habitantes, que representan un 20 por ciento de la población mundial; sin embargo, a la fecha sus cifras oficiales reportan solo 94,734 contagiados y 4,759 decesos. En el mundo, el Covid-19 sigue avanzando sin distinguir clases sociales, razas o continentes, pero en China parece ser solo un recuerdo desagradable y sobre todo lejano.
Xi Jimping, al igual que casi todos los líderes del mundo, reaccionó de manera lenta ante el inicio de la pandemia, pero tuvo la capacidad de reaccionar y tomar decisiones ante la gravedad de la situación. Seguramente ayudó el autoritarismo con el que gobierna y al que ya está acostumbrado el pueblo chino. No preguntó a sus gobernados, no realizó consultas populares, sólo tomó decisiones considerando sus recursos y las tecnologías a su alcance.
Por supuesto que es condenable la forma de gobernar de Xi Jimping, porque amenaza la autonomía y la dignidad de las personas, atenta contra los derechos humanos y las libertades individuales, reprime y censura. Pretende ser un gobierno totalitario a través del Partido Comunista, que de comunista tiene muy poco. Es una una tiranía dictatorial, tan solo un ejemplo de ello es la descomunal censura a periodistas como Chen Qiushi, Fang Bin by Zhang Zhan, quienes se dieron a la tarea de investigar y desmentir algunas versiones oficiales al respecto del origen y manejo del coronavirus, por lo que fueron amenazados y algunos hasta encarcelados por hacer su trabajo.
El autoritarismo del dictador le facilitó establecer una estrategia sanitaria que le permitió salvar miles de vidas chinas. ¿Qué pesa más en un momento determinado, la libertad de libre tránsito o la salud?, creo que en el fondo faltaron respuestas en muchas partes del mundo, y no solamente de los gobiernos, sino también de las sociedades, a las que debemos atribuir su gran dosis de responsabilidad en la propagación del virus. ¿Qué tanto estaríamos dispuestos a sacrificar algunos derechos en aras de privilegiar valores superiores, como el de la propia vida?
La respuesta a estas preguntas está estrechamente relacionada con la ética y la moral, tanto de los líderes como de las sociedades, ya que las decisiones inciden directamente sobre el resto de las personas. Lamentablemente en nuestro país no existe una conciencia de conjunto. Los números del Covid en México evidencian conductas individualistas y poco responsables en la búsqueda de la salud colectiva.
En el marco de la celebración del año nuevo, en Wuhan ignoraron al coronavirus e hicieron festejos que involucraron a miles de personas. Para ellos la pesadilla ha terminado desde hace meses. Independientemente de sus muy peculiares fechas de celebración, el Año del Buey les pinta bien a los chinos y a su gobierno dictatorial. Y está claro que en muchos aspectos, están varios pasos muy adelante de nosotros. ¿Es acaso imposible tener gobiernos democráticos que se conjuguen con buenas estrategias de salud y sociedades responsables en el manejo de la pandemia?
Es cierto, aquí tenemos muchas libertades y derechos constitucionales que en China no tienen, aunque allá están vivos y con salud para que empiecen a luchar por ellos, mientras aquí mueren más de 800 personas diariamente. El dictador Xi Jimping cuida a su rebaño.