POR Yuritzi BECERRIL TINOCO
Hace algunos años, mi Hermana, que es bióloga, me enseñó a mirar la naturaleza. Un universo apasionante se abrió a mi entendimiento. Comprendí que cada ser contenía en sí mismo un mundo maravilloso lleno de perfección y belleza. Así que mientras escribo esto, imagino la diversidad de especies, colores, formas y tamaños que componen la biomasa de nuestro planeta. Para escribir me he puesto a caminar por la selva. Son las siete de la noche. Me acompaña el crujir ruidoso de la chicharra, el sonido de los monos aulladores y el olor a selva, se escucha correr el agua trazando caminos con forma de serpiente, o emergiendo del inframundo en forma de burbuja.
Con la misma sorpresa, curiosidad y mucha dedicación, nuestros antepasados, los grandes señores y señoras mesoamericanas observaron con detalle la naturaleza. Para explicarla construyeron verdaderos bestiarios y complejas taxonomías. Las relaciones duales y los desdoblamientos fueron hilos conductores para su comprensión. Es el caso de los animales relacionados con el viento: Lo llamaron Ehecatl en las culturas mesoamericanas y lo relacionaron con el Dios de los remolinos: Quetzalcoatl. Los animales estaban vinculados con esta deidad, ya fuera por su forma, su función, su hábitat o a través del mito.
Por ejemplo, en la mitología, el mono sobrevive a la destrucción del viento en uno de los soles o edades míticas mesoamericanas, por eso el mono es concebido como “hombre viento” o “sol de viento”. Junto con el, hay otro animal de Ehecatl cuya relación se establece a partir del mito: El tlacuache. Mono y tlacuache comparten una característica fisonómica que los vincula al viento a través del remolino: la cola prensil. Su desplazamiento entre las ramas de los árboles ha sido descrito en La Fauna de Ehecatl, propuesta taxonómica de las deidades y la función de la fauna en el orden cósmico de Gabriel Espinosa Pineda como “una resonancia de los caminos helicoidales de los dioses a través de los árboles cósmicos”. Este camino espiral por las ramas cósmicas es corporeizado en sí mismo por la serpiente emplumada que se enrosca formando el caracol del viento. Si miramos al cielo podemos ver que hay flujos o caminos caracoles que conectan al cielo con la tierra: el rayo, los remolinos, los tornados, el arcoíris. Estas manifestaciones son veredas en las que se puede mirar a Quetzalcoatl. No se puede decir si Quetzalcoatl es el agente, el camino o él mismo que desciende por estas veredas, nos toca observarlo con detalle para averiguarlo nosotros mismos.
Ahora, cuando escuches una concha Strombus oirás el viento pasar por ella. En el caracol espiral trazado por el habitar de los moluscos se puede apreciar el paso del viento. Este universo de viento está matemáticamente organizado por las fuerzas cósmicas de Quetzalcoatl y su nahual: La serpiente emplumada. A través de ellos, podemos mantener un sorprendente diálogo con el cosmos. ¡Maravilloso! ¿Cierto?
Lanzaré esta carta al viento para que llegue hasta ti.
En las imágenes, murales de Juan O’Gorman, José Chávez Morado, Francisco Zúñiga y Rodrigo Arenas Betancourt en el edificio de la SCT, ciudad de México.