POR Ariel PÉREZ GARDUÑO
Estimado lector continuemos haciendo conciencia antes de salir de nuevo al mundo, bajo el supuesto de que no se puede ser humanista sin ser ecologista. En efecto, ¿cómo se puede querer la felicidad de todos los seres humanos sin preocuparse por la conservación del planeta en el que vivimos?
Está claro que la mayoría de la gente sabe que está en peligro y que los humanos son, en gran parte, responsables de esto: todo tipo de contaminación, destrucción de ecosistemas, deforestación excesiva, masacre de diversas especies animales, etc. En cuanto al calentamiento global, la mayor parte de los científicos está de acuerdo en decir que si la actividad humana no lo ha provocado por lo menos lo ha acelerado bastante, particularmente a causa de los gases de invernadero.
Por otro lado, entre estos científicos, varios relacionan este calentamiento con el aumento de tempestades y otros tipos de cataclismos, con todo lo que resulta en cuestión de pérdidas humanas y destrucciones materiales. Sea cual sea, es evidente que si no se hace nada a corto plazo en el mundo entero para
cesar los males que infligimos a nuestro planeta, se volverá un lugar inviable para millones de personas, quizás aún para toda la humanidad.
En las civilizaciones antiguas, la Tierra fue considerada la Madre de todos los seres vivos y le rendían culto, el culto a la Tierra-Madre. Actualmente, prácticamente ya no quedan pueblos ancestrales como los aborígenes de Australia, las tribus indias de la Amazonia, y los pigmeos de África para solo citar a los más conocidos, que han conservado estas tradiciones.
En cuanto a los actuales humanos han llegado a considerar la Tierra como una especie de fuente que les proporciona diversos provechos, al punto de explotarla más allá de lo razonable y en decremento de su salud. Si utilizamos la palabra “salud” al hablar de nuestro planeta, es porque para nosotros es evidente que se trata de un ser vivo e incluso consciente. Para convencerse, basta pensar en las fuerzas de vida que despliega en la naturaleza y en la inteligencia que expresa mediante sus distintos reinos, sin hablar de todo lo que hay de hermoso en ella. Esto es tan cierto que incluso un ateo tiende a divinizarla y a considerarla como una obra maestra de la Creación.
Los humanos deben aprender a administrar con sabiduría los recursos naturales y los productos que ellos crean, de ahí nace la necesidad de hacer que la economía, en todos los niveles y en todos los aspectos, beneficie con equidad a todos los pueblos y a todos sus ciudadanos, respetando tanto la dignidad humana como la naturaleza. Mientras no lo padezca en carne propia, no le preocupa, se limita generalmente a compadecerse de aquellos que son víctimas, es capaz de participar eventualmente en algunas acciones caritativas para ayudar y luego vuelve a su vida diaria esperando que no le toque este tipo de desgracias.
¿Será entonces preciso que muchas más personas se vean afectadas para rendirse a la evidencia? De todas maneras, nuestra Madre la Tierra está muy enferma y posiblemente se vuelva inviable para un gran número de seres humanos. Como sabemos todos, la Tierra es también un entorno en el que viven una multitud de animales, algunos en estado salvaje, y los demás en estado doméstico. Sin embargo, ellos también poseen un alma, individual para los más evolucionados, colectiva para aquellos menos evolucionados.
De hecho, todos los seres vivos tienen en común el ser animados por el Alma universal y la Consciencia que le es propia. Siendo así, cada uno, dependiendo del lugar que ocupe en la cadena de la vida y del cuerpo que posee, manifiesta esta Alma y esta Consciencia en grados más o menos elevados. Por esta razón no tienen el mismo nivel de inteligencia y de
sensibilidad. Así pues, no existe vacío ni frontera entre los reinos de la naturaleza, ya que la misma Fuerza vital los anima y participan en un mismo proceso, el de la Evolución Cósmica, tal cual se manifiesta en nuestro planeta.
Claro, el reino humano es el más avanzado en este proceso, pero esto no le da ningún derecho sobre los demás; al contrario, tiene obligaciones y son muchas, a espera de el gran llamado de la historia que es la batalla contra el cambio climático.