POR NORBERTO HERNÁNDEZ.
Sentados y p
acientes, esperaban al presidente electo. Listos para ponerse a las órdenes del nuevo mandatario, escuchar sus propuestas para el momento económico que vive el país. La normalidad de los hombres de negocios ha sido una constante: critican al que se fue, se apoyan en el que llega (que no es lo mismo que apoyar al que llega) y, en el último año del sexenio se impacientan, porque ya quieren que se vaya. Para ese grupo privilegiado no hay mejor presidente que aquél que protege sus intereses. Se favorecieron con la economía de fronteras cerradas, llegado el momento la detestaron; gritaban ¡viva la economía de libre mercado! pero siempre recurrieron a la intervención del gobierno como fuente de financiamiento o para el rescate de las quiebras estratégicas de sus negocios.
Odiaron al presidente Luis Echeverría Álvarez; se beneficiaron del boom petrolero en el sexenio de José López Portillo al que terminaron repudiando cuando nacionalizó la banca ante la fuga de capitales. Se entusiasmaron con el presidente Miguel de la Madrid Hurtado cuando los favoreció con las casas de bolsa y la privatización de empresas públicas, pero su temperamento cambió, el 19 de octubre de 1987, el lunes negro, cuando se desplomó la Bolsa Mexicana de Valores por el impacto de la caída de la Bolsa de Valores de New York, la peor desde 1929. El resultado fue más fuga de capitales, devaluaciones y mayor inquietud social. Nuevamente, responsabilizaron a Dela Madrid por sus malas decisiones de política económica.
Con la llegada de Carlos Salinas de Gortari a la silla presidencial regresó el romance entre los hombres de empresa y el primer mandatario; había llegado el líderprovidencial que esperaban. El presidente Salinas regresó los bancos a manos privadas; privatizó empresas públicas de alta rentabilidad a precios de ganga, otorgó concesiones carreteras y firmó el tratado de libre comercio con los Estados Unidos y Canadá. El país, su país, iba en acelerado camino al libre mercado, a la economía de fronteras abiertas. Pero llegó el fatídico último año del sexenio y todo cambió. El presidente Salinas de héroe del neoliberalismo mexicano pasó a ser el innombrable.
En el 94, llegó el Dr. Ernesto Zedillo Ponce de León al Poder Ejecutivo y con él, el error de diciembre. Una crisis económica nunca vista ni pronosticada por los doctorados y maestrías que ocuparon el gabinete saliente. Las políticas neoliberales dejaron en quiebra a la Nación. Además del problema interno, detonaron una crisis internacional conocida como el efecto tequila. Nuevamente, los norteamericanos acudieron al rescate; el presidente Clinton ejerció sus facultades ejecutivas para financiar a México con el propósito de frenar la devaluación del peso y seguir pagando los intereses a sus acreedores. Nada diferente a las crisis de los sexenios de Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Salinas y Zedillo. “Tan malo el pinto como el colorado”.
Con abierta impunidad, el presidente Zedillo concretó el mayor atraco a la Nación. Hizo pública la deuda de los privados. Miles y miles de millones de pesos del presupuesto público quedaron comprometidos para el pago de esa deuda.
De acuerdo con Carmen Silvia Zepeda, “Entre 1995 y 2003 los rescates de la banca, las carreteras, los ingenios, los proyectos financiados con Pidiregas y aerolíneas, entre otros, habían costado al erario público 555 mil 332.3 millones de pesos sólo por el pago de intereses, equivalentes en ese momento al monto de las reservas internacionales del país”. Todo fue dinero de la Nación, empleado para rescatar a los hombres de negocios. Todavía el Dr. Zedillo privatizó los ferrocarriles para luego ser consejero de una de las empresas beneficiadas.
En el sexenio de Vicente Fox no hay mucho que decir, salvo reconocer la labor emprendedora de la Señora Marta y de sus inquietos hijos. Con su sucesor, Calderón, el Poder Ejecutivo se convirtió en el ejecutivo del año. Algo así como el empleado del mes de los establecimientos de hamburguesas o de los que venden café. Fueron presidentes a modo para los hombres de negocios. Así, llegamos al gobierno del presidente Enrique Peña. El vals volvió a la pista: un, dos, tres, un dos, tres; para luego romper con él por no ceder a sus intereses. Los Claudios crearon una organización para confrontar al presidente para denunciar ¡la corrupción del gobierno!
Ahora están molestos con el presidente dictador, el comunista, el populista, el chairo. Ese izquierdista que se atrevió a cobrarles impuestos, a quitarles el control de las licitaciones públicas y a romper los monopolios privados. Ese que no endeuda al país para ayudarlos y que tampoco quiere rescatarlos, porque el pueblo bueno se enoja.
Esperan que se vaya. La mesa de siempre ya está lista con la silla para el que sigue. Ellos son los mismos, el que cambia es el presidente.