POR Alberto Abrego
“Existe el riesgo de que se introduzca una vacuna que no se haya estudiado de manera adecuada y que podría resultar que es poco eficaz y no cumple con el trabajo de ponerle fin a esta pandemia o, peor aún, que tenga un perfil de seguridad inaceptable».
Soumya Swaminathan, científica en jefa de la Organización Mundial de la Salud
Con alrededor de 75 millones de casos confirmados y más de 1.6 millones de muertes al momento, pareciera que el coronavirus tiene una eternidad causando estragos entre nosotros, pero el mundo supo de él apenas en diciembre de 2019.
Se sabe que el virus surgió en Wuhan, China a finales de 2019, cuando hubo un foco de infección en un mercado de animales; este virus, oficialmente llamado SARS-CoV-2 está estrechamente relacionado con los virus que infectan a murciélagos, y se cree que de ahí pasó a otra especie animal y después a los humanos. Los principales síntomas de este virus son fiebre, tos seca, cansancio general, dolor de garganta, diarrea, conjuntivitis, congestión nasal, dolor de cabeza, y en los últimos meses se han sumado los síntomas de la pérdida del sentido del olfato y del gusto, además de erupciones cutáneas en los dedos de las manos o de los pies. Los síntomas graves son dificultad para respirar, dolor o presión en el pecho e incapacidad para hablar o moverse.
El Covid-19 es una infección leve para la mayoría de las personas, pero aproximadamente un 20 % desarrolla sintomatología severa; se cree que tiene que ver con el sistema inmunológico de cada persona y que además puede haber un factor genético. Algunos expertos estiman que los pacientes que ya combatieron el virus con éxito ya debieron haber desarrollado una respuesta inmunológica de tal vez dos, cuatro o seis meses; sin embargo, como la enfermedad ha estado presente solo unos cuantos meses, faltan datos a largo plazo.
Los tratamientos sugeridos por la Organización Mundial de la Salud son algunos antivirales, terapias antiinflamatorias, inmunoterapias y algunos medicamentos que se están estudiando cuya efectividad es incierta.
Día a día se descubren nuevos casos de pacientes de coronavirus con sintomatología relativamente nueva. El comportamiento del virus difícilmente sigue un patrón igual en todas las personas, lo que hace más difícil los tratamientos y la detección de un comportamiento establecido en todos los casos.
A pesar de los increíbles esfuerzos de los científicos en todo el planeta, todavía hay mucho que no entendemos, y ahora formamos parte de un experimento global en la búsqueda de respuestas. La ciencia y las muertes nos han permitido conocer más acerca de esta enfermedad, pero se desconocen muchas cosas más. Sin embargo, ya existe una vacuna, creada bajo la urgencia de más de millón y medio de fallecidos y la presión de las grandes economías del mundo.
La carrera ya no fue por la salud, sino por ser los primeros en encontrar una vacuna, pasando por encima de los protocolos y plazos, casi sin considerar los posibles efectos colaterales a corto, mediano y largo plazo, porque la urgencia les ha hecho saltarse los mecanismos de seguridad que darían una mayor efectividad.
Las prioridades cambiaron. Ahora lo importante no fue desarrollar la mejor vacuna, sino la primera que esté disponible para comercializar. No importa tomar atajos para su elaboración. Pero es que la sociedad está desesperada por volver a la vida antes de la pandemia, a cualquier costo.
Un gran error es creer que con las vacunas se superó la pandemia. Seguirán los contagios, seguirán las muertes, pero hay demasiado en juego y es demasiada la ignorancia que provoca a una sociedad con demasiada esperanza, demasiado miedo y también demasiada irresponsabilidad que no permite tener una perspectiva clara y objetiva.
Hasta ahora, se sabía que las vacunas tardaban años en desarrollarse. El último gran logro fue la vacuna contra el ébola, que tardó el tiempo récord de poco más de cuatro años, después de haber experimentado las fases de ensayo, donde se involucran a miles de voluntarios durante varios meses para determinar su seguridad y eficacia.
La vacuna será solo el pasaporte que gran parte de la sociedad requiere para volver a salir a las calles sin la preocupación del molesto cubrebocas o el gel antibacterial. Las vacuna nos regresará al modo indiferencia y a la frase irresponsable del “se los dije, no pasaba nada”. Olvidaremos el difícil año, a los muertos, y parecerá que esta experiencia no nos dejó ninguna enseñanza.
Seguiremos necesitando vacunas contra la pobreza, el hambre, la desigualdad y la corrupción. Esas que no se desarrollan en los laboratorios ni en mil años, y de las que estamos cada vez más alejados.