POR Sandra CHÁVEZ MARÍN
Los avances que ha tenido la humanidad gracias a la innovación y la tecnología han determinado nuestro estilo de vida actual, llevándonos poco a poco a la democratización de la salud, el conocimiento y el arte. Sin embargo, el acceso a la educación en disciplinas científicas, aún ahora, está vertida principalmente a los varones, situación que sin duda refleja los pocos avances en términos de inclusión.
Esto nos lleva inevitablemente a comentar sobre el denominado “Efecto Matilda” que ha abierto nuevamente el debate sobre la escasa participación de las mujeres en las denominadas “ciencias duras”, especialmente en las carreras “STEM” (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas); y que toma su nombre de Matilda Joslyn Gage, la primera activista en denunciar la falta de espacios y la flagrante omisión de las científicas.
Consideremos algunos datos. De acuerdo con la UNESCO, para 2020, en el mundo científico solo el 28% son mujeres, además, desde la primera entrega de los premios NOBEL en 1901, a la fecha, en tal área solo el 3% de los premios se han concedido a científicas; a pesar de que de manos femeninas han emanado grandes hallazgos como la estructura del ADN (Rosalind Franklin,1920-1958), o las capas del manto terrestre (Inge Lehmann, 1888-1993).
Las inequidades en este sector, tan profundas que incluso requieren de un día internacional para evidenciarlas (de la mujer y la niña en la ciencia), desgraciadamente, no son las únicas.
Fue hasta 1887 que en México se le permitió a la primera estudiante ingresar a la carrera de Medicina; Matilde Petra Montoya Lafragua, tuvo que llegar hasta el entonces presidente de la República para conquistar su sueño. En el Estado de México debimos esperar hasta 1922 para que Albertina Ezeta Uribe se convirtiera en la primera en ingresar al Instituto Científico y Literario de Toluca, lo que le permitió a la postre ser la primera jueza conciliadora y defensora de oficio, y la primera mexiquense en ser electa diputada federal.
A 100 años, tales acontecimientos se ven eclipsados por las limitantes que persisten, la imposición de roles y estereotipos nos condicionan a preferir carreras que son “aptas para nosotras”, ya sea por estar supeditadas a las actividades de cuidado, o porque ciertas diligencias aún se consideran de índole masculino.
Actualmente muchas mexicanas trabajan en áreas para la tecnología e innovación, colocando en alto el nombre de nuestro país en diversas partes del mundo; algunas, desde el más pequeño rincón creando sus propios calentadores solares, otras, colaborando con la NASA. Seguimos abriendo paso en espacios educativos que nos reconozca enteramente como científicas e investigadoras. El camino es largo, aún podemos aportar desde casa enseñando a las niñas que el conocimiento está a su alcance, que no discrimina por sexo, que la cocina no es solo para nosotras y que ya hacen trajes de astronauta en su talla.
Depende de nosotras y nosotros crear la atmosfera de curiosidad y los espacios de aprendizaje que nos lleven a la verdadera vocación, sin importar nuestro género.
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