POR Isidro O’SHEA
Ni politólogos ni demoscópicos (quienes se dedican a hacer encuestas) tienen como objetivo predecir lo que sucederá en unas elecciones; y lo que menos quiero hacer, es fortalecer esa percepción. Sin embargo, no podemos negar que es interesante empezar a plantearnos los posibles escenarios después del 6 de junio, incluso dicho ejercicio me respalda un poco, pues lo que más podemos obtener del mismo son preguntas, y no respuestas.
Debemos recordar que a pesar de ser elecciones intermedias, éstas serán las más grandes de la historia, pues no únicamente se elegirá a los integrantes de la Cámara de diputados federal, sino también 15 gubernaturas, 30 congresos locales y aproximadamente 2,000 ayuntamientos, por lo cual está en juego gran parte tanto de los poderes ejecutivos subnacionales y prácticamente la totalidad de los legislativos, que hoy día son clave, al ser necesarios para aprobar reformas constitucionales.
De esta manera, quizá en el periodo del 2000 al 2018, hubiéramos visto estas (tantas) elecciones coincidentes, como partes aisladas, sin embargo, hoy que ya conocemos la alternancia, pero que al mismo tiempo estamos siendo amenazados por la supremacía fáctica del poder ejecutivo federal, estamos viéndolo como la posibilidad del todo o nada; de la verdadera y joven democracia mexicana , o bien, de la posibilidad del retorno a un sistema de partido hegemónico y autoritario, con la diferencia respecto al anterior (el PRI del siglo XX) de un proceso de desinstitucionalización más que de institucionalización.
Preguntas entonces surgen muchas: ¿Qué tanta será la participación electoral? No podemos esperar obviamente que sea similar a las elecciones presidenciales, pero jugando al brujo mayor, me atrevería a decir que, a pesar de la era pandémica, la participación electoral será una de las más altas en la historia de los comicios intermedios, pues precisamente el tema central será la gestión gubernamental respecto a la pandemia, y tanto aquellos que están contentos, como los que están descontentos con la gestión presidencial querrán salir a manifestarse a través del voto.
A partir de ello, me surge otra pregunta: ¿Quién sería el mayor beneficiado de la participación electoral? Si bien es cierto que históricamente el PRI ha resultado el mayor beneficiado cuando hay bajos niveles de participación, creo que en esta ocasión no sería éste el mayor beneficiado, sino MORENA, el partido que hoy gobierna.
Puede haber muchos descontentos, pero sobre todo, desilusionados del gobierno de AMLO, que más allá de querer ejercer un voto en su contra, decidirán quedarse en casa, producto de una apatía (otra vez) hacia todos los partidos políticos; pues como lo he dicho anteriormente y la misma ciencia política nos lo dice: al final cualquier partido antiestablishment cuando llega al poder se vuelve un partido más, que a pesar de que continúe con un discurso de campaña y demagógico, los ciudadanos le exigen cuentas; la mayor prueba de ello la tuvimos en noviembre en Estados Unidos.
Sin embargo, más allá de a quién beneficie la alta o baja participación electoral, debemos ir más a fondo: ¿los recursos de los partidos, especialmente los de MORENA hacia dónde se dirigirán? ¿Hacia las 15 gubernaturas o hacia ganar la cámara baja?, dicha pregunta quizá peque de inocente, pues prácticamente todos coincidimos en que la prioridad del presidente seguirá siendo la Cámara de Diputados, con el afán de seguir revirtiendo todo lo construido por décadas. Sin embargo, ni al presidente ni a la oposición se les debería olvidar la capacidad que puede ejercer un gran bloque de gobernadores, y lo que pueden representar ya sea en la narrativa oficial o en la narrativa de la oposición. Pero por increíble que parezca, ni unos ni otros parecen tenerlo tan claro, pues ambos han decidido en algunos casos específicos, candidatear impresentables: Félix Salgado Macedonio por MORENA en Guerrero, así como la posibilidad de Lupita Jones por la coalición “Va X México” en Baja California; ambos personajes con un historial de maltrato a la mujer, justo en la tercera ola del feminismo mundial.
Otra pregunta interesante, y no precisamente para después del 6 de junio, es empezar a conocer la narrativa de la oposición, misma que aún no conocemos, pues una cosa es lo que sucede en el país, es decir la historia, y otra cosa lo que se cuenta, es decir la narrativa. Hoy, a más de dos años de la llegada de AMLO al poder, la oposición no ha sido capaz de articular una narrativa, ni siquiera ha sido capaz de articular una narrativa apegada a los hechos reales, en los cuales indudablemente, MORENA tiene todas las de perder, pues no hay hechos del gobierno, sino solamente simbolismos, que han resistido.
Por otra parte, a pesar de que la popularidad del presidente ha resistido, no ha sido así la calificación que los ciudadanos le dan a su gestión, específicamente en el tema de la pandemia; lo cual me hace pensar que muy probablemente estamos en medio de no una, sino de muchas espirales del silencio.
Será muy importante ver correlación de fuerzas en la cámara de diputados, pues en lo personal, no me sorprendería que, dependiendo las posibles mayorías, los partidos camaleónicos volvieran a cambiar de preferencias. Una vez definido ello, también tendremos que observar, en qué medida hay un voto diferenciado en las 15 entidades donde se eligen gobernador y congresos locales, porque en caso de que MORENA obtuviera resultados adversos de manera coincidente en la mayoría de esas entidades, la fuerza y voz de la oposición en su conjunto a lo largo del territorio nacional, será indudablemente mucho mayor.
Prácticamente nos encontraremos con dos opciones políticas: una representada por el partido del presidente y sus partidos satélite y otra por la oposición unida, que fueron rivales durante todo el siglo XX y parte del XXI y hoy forman un gran pacto en el cual, nos guste o no, están viendo más allá de las diferencias ideológicas; centrándose en la necesidad de quitarle poder a un personaje que parece que pretende seguir debilitando a las instituciones mexicanas, sin ni siquiera necesitar de narrativas, pues corre atole por sus venas y le basta con normalizar las mentiras y fracasos.
En fin, parece cuestión sencillamente electoral, de aquellas que nos gustan a los frikis de la política, pero si lo pensamos fríamente o lo pensáramos en el futuro, la sangre nos estaría hirviendo, pues nos daríamos cuenta de que estamos frente a la posibilidad de regresar a escenarios donde no es la democracia la que impera.
El partido gobernante justamente defiende a uñas y dientes todo aquello por lo cual la oposición del siglo XX luchó a lo largo de la historia; hoy a aquello que Mario Delgado y compañía llaman irracional, a mi me parece lo más racional del mundo: pues simplemente los partidos tradicionales están uniéndose en una gran coalición favor de la imperfecta democracia que se construyó tirando y aflojando; con reformas electorales; con una oposición que se cansó de ser pisada. Ahora, aquel que tiró el sistema en 1988, que perdió la candidatura del partido hegemónico en el 2000, es un aliado, un aliado de volver a pisar los derechos ciudadanos, pero resulta que ahora es democrático.
Es el minuto 90, y los jugadores simple y sencillamente se han cambiado la camiseta.