* Visita al mercado 16 de septiembre de Toluca.
Roberto Sebastián Nava Fabela
El humo del anafre esparcido en la calle, se entre olía a peste con el de la alcantarilla y el cigarro de un cargador de jitomates; el rostro de una mujer reflejaba los ojos del alba, descolgada de las crestas de las nubes, donde el horizonte pintaba el día en la pequeña sierra toluqueña, eran las seis de la mañana. Apenas, hacía rato elevaba su rumor el tiempo en el cuerpo de las horas, en las curvas de las piernas de una mujer al comer barbacoa, acompañada de un señor, vestido de mezclilla y saco de pana, ella de vestido negro, tan bella como esos atardeceres violetas anaranjados vistos desde La Marquesa.
La mujer miró a esa pareja, entre tanto, en su pensamiento transitaba la época cuando iba de compras al Mercado 16 de septiembre de Toluca, allá por la década de los setentas, y recordó a sus padres, entonces comían taco placero, a dos tortillas con chicharrón, queso de puerco, queso ranchero, guajes, acociles, pescado blanco, aguacate, pápalo quelite y chile verde. Acompañado de un pulque curado de tuna roja, una cerveza o un refresco, a veces unas copitas de chínguere de nanche, zarza o limón, de Tenancingo. En otras ocasiones degustaban carpas, carnitas, habas, nopales, chorizo rojo o verde, cecina o bistec, según el antojo, o si la resaca anunciaba sus síntomas, una panza de res.
De postre un capultamal o pinole que vendían las marchantas afuera del mercado.
La mujer, de retorno a los pasillos del mercado, evocó la imagen de los jóvenes vendedores de limones, hoy son diputados y creadores de sindicatos, eran buenos vendedores, pensó.
Avanza, observa y escucha mil voces del ambiente mercantil, ella mira manzanas, mangos y una sandía, se emociona y recuerda, había agua de sandía en vitroleros, eran aguas frescas vendidas a las afueras del vetusto edificio del Mercado 16 de septiembre donde estuvo entre las calles de Sebastián Lerdo de Tejado y Santos Degollado.
Los marchantes en el mercado hacían publicidad a sus productos: «Tres kilos de guayaba por veinte pesos», «una docena de tortillas por veinte pesos», «pásele jefa, qué busca»
Entre recuerdos el tiempo avanzaba y la mujer había terminado sus compras, descendió por las escaleras de la entrada del centro del mercado y dejó atrás los momentos de nostalgia y continuó su camino.