POR Alberto ABREGO
“Las instituciones quedan, los hombres pasamos. Lo importante es dejar huella, y si tuvimos oportunidad de dejar huella ahí está. Que la historia sea la que nos juzgue, no los caprichos, regateos y condiciones que hoy pretenden justificar la posibilidad de resultados”
César Horacio Duarte Jáquez, el 3 de octubre de 2016, en su último discurso como gobernador de Chihuahua.
Se le acusa de que, como gobernador colocó a familiares y amigos en puestos clave de su administración; de endeudar a Chihuahua por todas las vías posibles; de realizar adjudicaciones directas de obras públicas; de desviar recursos del erario a través de contratos con empresas fantasma; de entregar recursos de la nómina para financiar campañas de su partido; de la venta de bienes públicos a precios muy por debajo de su valor real; de mantener cientos de “aviadores en la nómina”.
Se le imputa también del nulo interés en investigar los cientos de feminicidios y mujeres desaparecidas en Ciudad Juárez; de iniciar obras públicas, cobrarlas por completo y no concluírlas; de no combatir la violencia y el narcotráfico en su entidad; de la inestabilidad social provocada por los cárteles; de alimentar compadrazgos; de la creación de redes para ocultar sus delitos.
Según datos del Sistema de Justicia de Chihuahua, se calcula que el desfalco durante su gobierno fue de alrededor de 6 mil millones de pesos, mientras que dejó una deuda pública de 55 mil millones de pesos.
César Horacio Duarte Jáquez, es miembro de la famosa “nueva generación del PRI”, como alguna vez se refirió el expresidente Enrique Peña Nieto. Ahora es parte del selecto grupo de exgobernadores encarcelados junto con Mario Villanueva Madrid (Quintana Roo), Roberto Borge (Quintana Roo), Tomás Yarrington (Tamaulipas), Eugenio Hernández (Tamaulipas), Javier Duarte (Veracruz) y Guillermo Padrés (Sonora), este último del PAN.
Y vaya que dejó su huella en su paso por el gobierno de Chihuahua, ahí están las 21 órdenes de aprehensión, sus desfalcos millonarios, sus decenas de propiedades en México y Estados Unidos, sus excesos al amparo del poder y las acusaciones de peculado, asociación delictuosa, delito electoral y enriquecimiento ilícito que pesan sobre él.
Seguro que lo juzgará la historia: expulsión de su partido político en mayo de 2019, prófugo de la justicia durante tres años, buscado por la Policía Internacional (Interpol) en 190 países y capturado el pasado ocho de julio en Miami, Florida, casualmente durante la visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a tierras estadounidenses.
Tanta ostentación, tanto lujo, tanta prepotencia y deshonestidad, ¿habrán valido la pena? ¿Cómo encarar ahora a las autoridades de su país? ¿se declarará inocente?
El peligro de escalar tan alto de la manera en que lo hizo es que al caer, arrastran en avalancha a familiares inocentes y los exponen a la vergüenza, escarnio público y al ingenio cruel de las redes sociales. Aunque se dice que la mayoría de sus familiares directos (y algunos no tan directos) tenían participación importante en el negocio familiar.
Después de la extradición, lo interesante será ver si las autoridades son capaces de desenredar la madeja, tanto para arriba como para abajo, porque un desfalco de 6 mil millones de pesos requiere de complicidades, componendas, enlaces y protecciones. El César de Chihuahua tendrá nombres que decir.
Justo es que al menos por esta vez, un corrupto vaya a la cárcel. La corrupción es un cáncer histórico en nuestro país y causa de todos los males que han hundido a la población y al país desde los orígenes de la política novohispana. Y el resultado ha sido la riqueza desmedida de algunos cuantos y en contraste, la pobreza abrumadora en decenas de millones de mexicanos.
El César de Chihuahua es un ejemplo más de que la maldita corrupción contamina ideologías, principios y valores. Es el veneno que hace daño a todos y es también el elíxir maldito que muchísimos personajes de la clase política quieren beber, para dejar de ser una simple rata y convertirse en líder poderoso, con la esperanza y la intención de hacerlo mejor “para que no se note”.
Sí, lo juzgará la historia, sin caprichos, regateos, ni condiciones.
Pero antes, deberá enfrentar el escrutinio de la sociedad, y en la conciencia de los ciudadanos se percibe desde hace tiempo un fallo contundente: Culpable de un sinfín de fechorías y de ultrajar al pueblo que gobernaba.