viernes, noviembre 22, 2024
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ENTRECOMILLAS

Por: Alberto Abrego

“Los políticos y los pañales deben ser cambiados con frecuencia, ambos por la misma razón”. George Bernard Shaw (1856-1950) Premio Nóbel de literatura.

“Todas las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro”.  Albert Camus, novelista, filósofo y periodista argelino.

El número de muertes por el coronavirus en nuestro país está sin control, y a la fecha ni siquiera podemos imaginar cuándo esta cifra dejará de crecer. Bajo la política del “Sálvese quien pueda”, los enfermos buscan desesperadamente atención médica, se autorecetan, recurren a remedios caseros o simplemente se resignan a esperar el peor desenlace.

Pero otra epidemia acecha a México, es inminente, y en los próximos meses se esparcirá sin remedio por todo el territorio nacional. Es dañina, grande y peligrosa, y contra ella no existe antídoto ni vacuna alguna.

La epidemia de las promesas, de las frases vanas, de las eternas propuestas incumplidas recicladas cada tres años, de las descalificaciones, de los candidatos incultos, insensibles o hasta ignorantes; la epidemia de las campañas mentirosas y de la política de arrabal. Además del coronavirus, México está enfermo de verborragia de los candidatos y políticos, convertidos la mayoría en mercaderes de la palabra.

Y los síntomas son ya evidentes, quienes ayer se quejaban de algo, hoy son los primeros en hacerlo; los que ayer estaban de aquel lado hoy se pasan a este; los enemigos del ayer son los amigos de hoy; los que antes eran malos ahora son los buenos que se han convertido en patriotas redentores. Nuestra política está enferma del virus de la incongruencia humana.

El formato de las campañas la manera de llevarlas a cabo desgastan al electorado, se vuelven aburridas, repetitivas y los electores indecisos aumentan su confusión ante mensajes que no contienen propuestas, sino acusaciones contra los adversarios. La gente no necesita que le digan por qué no debe votar por otros candidatos, necesita que le digan por qué debe votar por ellos.

Las campañas se han caracterizado –salvo honrosas excepciones- por la falta de propuestas positivas, pues mas bien han ocurrido en medio de caravanas, carteles, pancartas, gorras, camisetas, spots televisivos y en la radio, y con algunas propuestas tan fuera de la realidad que han merecido el descrédito y la burla ciudadana. Los mexicanos tenemos derecho a mejores campañas, que se basen en propósitos factibles  y acorde a la problemática actual, no en sueños guajiros o desacreditaciones al contrincante.

Sería bueno que los candidatos y sus partidos expusieran  propuestas acerca de cómo tratarían de resolver y frenar el incremento delictivo y el estancamiento económico en que están sumidos ya sean las alcaldías, los distritos, los municipios, las ciudades y el país entero; que se comprometieran a contribuir conjuntamente con los otros partidos, para derrotar al desempleo, los ínfimos salarios que provocan que las personas sean reclutadas por las mafias de la criminalidad; a legislar verdaderamente sobre el secuestro, el robo, el homicidio y la corrupción administrativa en el gobierno, entre otros delitos; que en sus campañas analicen el deterioro del tejido social causado por las políticas económicas  actuales o las anteriores. Así sí ganaría la gente.

Las campañas aquí en México son eventos deplorables. Durante meses tenemos que tolerar un interminable bombardeo de basura, hipocresía, mentiras e intentos de manipulación. Los candidatos pretenden proyectar virtudes que rara vez poseen: honestidad, capacidad e inteligencia. Los 120 millones de mexicanos preocupados por la salud de nuestros seres queridos y la propia, no queremos escuchar que los políticos que quieren vivir otros tres años a costillas nuestras, cobrando jugosos sueldos que ellos mismos se autorizan, primas, bonos, viáticos, gastos de representación para ellos y sus familias, aseguren, juren y perjuren que ellos son los salvadores y mesías que necesita México para convertirse en un país del primer mundo.

Ojalá tengan presente que no es el momento de convocar multitudes, andar saludando de mano en mano, casa por casa  y mucho menos besuqueando a medio mundo, así que los candidatos tendrán que ingeniárselas para convencer de otra forma al electorado. La gente ya no cree en tarjetitas de presentación  ni en fórmulas mágicas, porque ya se ha dado cuenta de que las campañas son literatura política que después se va al cesto de la basura.

Y así, ya nos acostumbramos cada tres años a que en cada ronda electoral es exhibido el pestilente escenario de las campañas, constituido por la decadente clase política del país. Y una vez que concluye la elección, la maquinaria se reinicia y se prepara para la próxima función, y en el siguiente trienio se volverá a presentar con nuevos actores –o los mismos-, pero siempre con fórmulas mágicas para sacar de la pobreza extrema  a más de 40 millones de mexicanos…

Y otra vez, se producirán más de tres mil toneladas de basura electoral, entre afiches, carteles y promesas falsas que sólo serán basura en las calles.

Y para esta epidemia de cada tres años, no existe vacuna alguna, ni voluntad para lograrla.

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