DE NUESTROS MUERTOS Y SUS MUERTOS
Por: Isidro O`Shea
@isidroshea
Advertencia: quizá esta no se la columna favorita de aquellos que piensen que lo público no se mezcla con lo privado, o, que lo público no está hecho a partir de lo privado.
Es incuestionable que la celebración de día de muertos es una herencia prehispánica; sin embargo ¿en qué medida la hemos revalorado como mexicanos? Indudable es que solo los mexicanos sabemos reírnos no solamente de la muerte, sino de cualquier tragedia, error, o incluso desgracia.
Hablando con Marco, decíamos ese lugar común que solemos decir los mexicanos cuando toca hablar de la dura realidad de nuestro país: “no nos queda más que reírnos”.Un español escuchaba y asentía, pero no como solemos hacerlo nosotros, sino como un extraño que asiente algo que le pesa pero que le es ajeno… quizá, le llamaríalástima.
Los mexicanos somos bendecidos, bendecidos quizá de vivir y estar a la altura de aquellos países que no sufren lo suficiente para que su gente se quede muda; sufrimos con relación a otros, y somos afortunados con relación a otros tantos.
Nuestra tragedia, no es muda, y aunque perdamos la vista – ante ella – no perdemos la mirada; incluso la acompañamos con carcajada.
¿Pero y este año? ¿Se vale igual? Leía hace un par de días a un tuitero que afirmaba que no quería parecer alarmista pero que sugería que el país se ha convertido en el país de los balazos y los muertos. Respondía yo, que él no era alarmista sino realista, y que era más propio de alarmarse el hecho de que haya quien siga defendiendo lo indefendible a costa de reputaciones y filias política; como si uno estuviera exento de comportarse como humano cuando se es político.
Llevamos cientos de años celebrando a la muerte, reivindicándola, dándole cabida, dándole – paradójicamente – vida, abriéndole la puerta de la casa, invitándola con el aroma de las flores de cempasúchil y las mandarinas y ¿por qué no? Incluso con las cocas que la mayoría de los mexicanos bebemos, sin importar nuestras altas tasas de diabetes, enfermedad que cada año entierra a muchos de nosotros.
Sin embargo, hoy es distinto. No es lo mismo honrar la herida del ser querido que se ha ido por viejo, o porque no había nada más que hacer; que hacerlo como hoy, como lo haremos este año.
¿Será el gobierno tan ruin como para creer que, por la fiesta y nuestras tradiciones, nos olvidaremos de todo lo que han dejado de hacer? ¿Que nos olvidaremos de todos los que se han ido, producto de su insensatez? ¿Qué pasaría si dejáramos por un año pasar la fiesta de la muertey nos enfrentáramos a un gobierno que no está haciendo nada por evitar más decesos; o, mejor dicho: que no está haciendo nada por los vivos?
Y no, lamentablemente no me refiero exclusivamente a todos y todas ellas que han perdido la batalla frente al COVID19, producto (muchas veces) de la mala información gubernamental y pésima gestión de crisis desde Palacio Nacional.
También me refiero a otros muertos de estos últimos años: los niños santos que han perdido su corta vida debido al desabasto de medicamentos contra el cáncer; aquellas mujeres que no han podido responder a cánceres como el de mama; o bien, incluso, a aquellos pacientes que no han podido continuar con sus medicamentos para tratar el VIHconvirtiéndose en SIDA.
Sin embargo, tampoco es cuestión exclusiva del rubro de salud pública. Reitero: no es lo mismo honrar la herida de aquel que se nos fue por viejo que intentar disfrazar la herida honrando la vida de aquel que murió por fuego cruzado.
Hoy también miles de familias mexicanas les pondrán altar a aquellos familiares que se han vuelto únicamente cifras y que han perdido la vida a costa de los balazos y no de los abrazos.
Hoy ya no se trata como en los 90 únicamente de ciertas zonas del país. Hoy la violencia desmedida no es exclusiva de Ciudad Juárez o Sinaloa; tampoco como a principios de este milenio, de Michoacán o Guerrero. Hoy la violencia ha pintado de rojo a todo México. Igual puede suceder allá en la sierra, como en la terminal 2 del aeropuerto internacional de la Ciudad de México. Igual le puede suceder al joven del México rural y profundo, que a la turista influencer de Tulum.
Y no, ser alarmista no es escribir de ello y contar cada muerte o intercambio de balazos. Alarmista es que ya nos hayamos acostumbrado a esta maldita y terrible realidad.Alarmista es que sigamos sin alzar la voz; alarmista es que para que se preste un poco de atención, la víctima tenga que ser un actor de un programa de horario estelar… eso síes alarmista.
No pocas veces me han dicho: “conozco México; bueno Cancún, que no es el verdadero México”; no pocas veces yo he respondido: “También Cancún y Tulum son México”.
La semana pasada en son de burla amistosa un antiguo compañero me enviaba la noticia de las balas cruzadas que mataron a dos turistas en Tulum, rematando con un:“Ahora sí Tulum ya es México”
¿Esa es la imagen que queremos dar? ¿No vamos a hacer nada? ¿No vamos a alzar la voz? ¿Vamos a seguir creyendo que lo privado no es asunto de lo público? ¿Vamos a continuar conciliando que el dolor se nos olvide cada dos de noviembre?
Hay irresponsables, y en una democracia hay que asignar responsabilidades
Por nuestros muertos, por los muertos de México
de los que aún no era su momento.