Designaciones y partidos
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Las fechas electorales no siempre coinciden con los momentos políticos; antes bien, los procesos electorales nada tienen que ver con los tiempos de los grupos que se disputan las candidaturas al interior de las organizaciones. Cada uno de los aspirantes marca su agenda, construye lo que considera la mejor estrategia de búsqueda de la nominación o, en caso contrario, su carta para negociar. Se mueven para presionar, para adelantarse a las preferencias de una encuesta o para amenazar con salirse para encabezar o apoyar a otra causa. De poca efectividad resulta el proceso interno de los partidos cuando la definición de las candidaturas se orienta por pactos distintos a lo que establecen sus estatutos y convocatorias para la selección de candidatos.
Muchas veces, los que se “mueven” anticipan una negativa o escasas posibilidades de alcanzar el objetivo, pero es una forma de manejo personal que distorsiona los procedimientos internos del partido donde militan. En otras ocasiones, se opta por las designaciones en las candidaturas con el convencimiento que se compite solo para perder.Desde luego que el candidato o grupo que lo impulsa no pierde; gana por doble partida. La primera es que los afines manejan el financiamiento del partido y, en segundo lugar, porque es factor de negociación con el ganador. Esto ocurre normalmente con los partidos de poco peso electoral, pero que legalmente tienen el mismo estatus jurídico que los partidos grandes.
Desafortunadamente, en los tres partidos con posibilidades de ganar la gubernatura del Estado de México, en ninguno, la militancia va a definir la candidatura para el proceso electoral de 2023. De igual manera, ninguno de los posibles candidatos está condicionado por los tiempos legales del proceso electoral ni por las disposiciones internas de su partido. Es tal el dominio del líder que el activismo interno se rige por el dicho: “el partido soy yo”. De tal manera que los partidos adquieren el carácter de “wash and wear”, o para los de mi generación, adoptan la manipulación de “Neto y Titino”, se mueven cuando los sacan de la caja y hablan cuando reciben la orden. La democracia que debería distinguir a los partidos es una simulación sometida a los hombres fuertes que los dominan. De ahí la pobre calidad democrática que tenemos.
En el Partido Revolucionario Institucional (PRI) se va a respetar la tradición de la disciplina y la verticalidad en la designación del posible candidato. Hay, de menos, tres aspirantes formados en la primera línea y cada uno se organiza de acuerdo a sus condiciones de cercanía política con el que decide; unos buscarán apoyo en los grupos con presencia en la entidad que no están en el gobierno del estado y otros darán prioridad a tener el apoyo de empresarios con intereses en la entidad. Esta vez, la sola opinión del líder puede no ser suficiente para impulsar a un candidato de unidad. Será necesario escuchar a los grupos y definir una candidatura que, en principio, sea de unidad interna, para salir a competir sin fracturas que pondrían en riesgo la continuidad del grupo.
Nunca, desde 1942, el PRI ha vivido un reto como el que tendrá en 2023. De ahí la importancia del proceso de selección del candidato. Históricamente, el PRI y su clase política han hecho escuela en el manejo y ejercicio del poder en la entidad, solo que ahora tienen un duro examen ante la sucesión que viene. Elacuerdo entre las figuras del Valle de Toluca, el sur y el norte de la entidad mexiquense con los del Valle de México es su primera prueba. La decisión es una regla no escrita que está en manos de una sola persona, así han funcionado siempre, pero el escenario es distinto. Ya ocurrió en una designación del candidato a gobernador cuando el peso electoral del Valle de México marcó la diferencia. Sin embargo, ahora las presidencias municipales ganadas están ubicadas en el sur y en el norte y solo dos municipios con fuerza, Tlalnepantla de Baz y Coacalco, se ubican en el norte del Valle de México.
Los herederos de la tradición de Isidro Fabela, Carlos Hank y Arturo Montiel tuvieron el tino de manejar la sucesión superando conflictos y aceptando la designación externa cuando venía del presidente de la República. Así pasó en el sexenio del presidente Miguel de la Madrid Hurtado que influyó en el candidato a gobernador como una forma de hacer contrapeso al liderazgo del profesor Hank y del gobernador Jorge Jiménez Cantú. Otro momento lo vivió el gobernador Montiel en su enfrentamiento con el líder nacional del PRI, Roberto Madrazo en la sucesión donde fue designado Enrique Peña. El mismo gobernador Peña tuvo que adaptarse a las necesidades políticas del momento. Para el PRI, procesar a su interior es único y decisivo.