Por: Isidro O`Shea
@isidroshea
¡México qué herido!
Escribía en días pasados que las actuales campañas no parecían una fiesta de la democracia, debido principalmente, al escenario del COVID19, así como al miedo de la fiscalización de los recursos proselitistas.
Sin embargo, la cuestión hoy me parece mucho peor. Ya no se trata solamente sobre si las campañas, son o no, una fiesta democrática; sino sobre si los procesos electorales parecen más una ruleta rusa: donde participar activamente, o hasta opinar de política, puede ser un atentado contra la propia vida.
El proceso electoral del 2021 ha cobrado más de 140 vidas de políticos a causa de atentados. Hemos visto en redes y en medios tradicionales, no solamente peleas callejeras entre militantes de distintas opciones políticas, sino que incluso ya también hemos sido testigos de desapariciones de candidatas por varios días, así como de conversaciones telefónicas donde se mandan amenazas a contrincantes políticos; dejando a un lado la escena política y entrando en lo más preciado que cualquier persona puede tener: la familia.
Con todo esto como marco de análisis, hoy sabemos que las elecciones no solamente han vislumbrado que quizá no tengamos nuevamente una plena democracia electoral, sino incluso una democracia en el sentido sustantivo, es decir, como forma de vida en la cual podamos gozar de plenos derechos y libertades.
Probablemente, ya estemos, ahora sí, en un verdadero Estado fallido; quizá no solamente hemos regresado a las viejas prácticas, sino que incluso han aparecido peores.
Antes no había competencia y/o competitividad electoral; pero ahora habiendo o no, no gozamos de completa seguridad; mucho menos podemos afirmar que el monopolio de la violencia lo tiene el Estado como debiera ser, sino aquellos que se hacen del poder por el poder mismo. Así pues, resulta comprensible que la confianza institucional en México esté por los suelos.
En nuestro país no tenemos un Estado de bienestar, por el simple hecho – ya no hablemos de tener agua potable, calles dignas o incluso políticas postmateriales – de que no tenemos certidumbre ni seguridad.
No tacharía de loco a aquel que afirmase que hemos dado vuelta en “U” hacia 100 años atrás, donde el conflicto sociopolítico se gestionaba a partir de caudillos y balazos y no de instituciones.
Si ahora, no nos damos cuenta de la importancia de las instituciones, y de lo peligroso que es atentar contra ellas, como lo ha hecho Andrés Manuel López Obrador, es porque realmente no nos hemos dado cuenta de nada; es porque estamos dispuestos a que nos quiten absolutamente todo… incluso nuestra tranquilidad.
Hoy la palabra malinchista no cabe para aquel o aquella que se quiera ir a vivir a otro país, pues es simplemente cuestión de seguridad personal.
Hoy deberíamos de estar celebrando la democracia, pero tristemente la estamos lamentando.
Hoy no me sorprendería pensar que desde otro planeta nos ven como a cualquier otro animal: sin plena conciencia de nuestros actos.
¡México qué herido!