POR Alberto ABREGO
“ Tengo un sueño… Sueño que mis hijos podrán vivir un día en una nación donde nadie será juzgado por el color de su piel, sino según su carácter. Tengo el sueño de que un día las niñas y niños negros estrechen las manos de las niñas y niños blancos y todos se reconozcan como hermanas y hermanos. Sueño que un día se levantarán los valles y cada montaña será sometida. Los lugares ásperos serán aplanados y los lugares desnivelados serán rectificados…”
Martin Luther King
Martin Luther King cumpliría este 15 de enero 92 años de vida, de no ser por la bala que puso fin a su existencia hace 53 años, cuando había logrado un popular y arrollador movimiento pacífico, pero efectivo para terminar con la discriminación racial en Estados Unidos, su país.
Sin embargo, el sueño de Luther King y el de miles de estadounidenses afroamericanos se vio truncado aquel 4 de Abril de 1968, cuando el líder admirador y emulador de Mahatma Ghandi fue asesinado en la Ciudad de Memphis, Tenesse por Janes Earl Ray, condenado posteriormente a 99 años de prisión.
Luther King no fue utópico, ni un soñador ingenuo, aunque perseguía un sueño, y luchó hasta morir por alcanzarlo; con la fuerza de su palabra y el ejemplo de su valor enseñó a la gente de su raza que la libertad era posible, era justa y había que luchar por ella. Bajo su dirección, millones de norteamericanos negros se liberaron de su miedo, de su esclavitud mental y de su apatía, y se atrevieron a salir a las calles para proclamar sus derechos.
Amigo personal del extinto John F. Kennedy y ganador del Premio Nóbel de la Paz a los 35 años, recordamos sus emotivas frases que fueron su lema de paz y libertad que recorrió el mundo:
“Quisiera sufrir todas las humillaciones, todas las torturas, el ostracismo absoluto y hasta la muerte, para impedir la violencia”, “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía plantaría un árbol”, “Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano”, “Hemos aprendido a volar como pájaros, a nadar como peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”, “La oscuridad no puede sacarnos de la oscuridad, sólo la luz puede hacerlo; el odio no puede sacarnos del odio, sólo el amor puede hacerlo”.
El 15 de Enero es un día festivo en Estados Unidos, principalmente en Nueva York, donde la población de color es muy numerosa; se recuerda con respeto al hombre que consiguió el derecho al voto para la gente de su raza y la abolición de la discriminación racial en los transportes públicos, entre otros muchos logros. Así lo demostró Joe Biden cinco días antes de asumir la presidencia de su país.
Martin Luther King tiene, desde hace mucho, un lugar preponderante en la historia de los Estados Unidos y de la humanidad; desafortunadamente su nombre es utilizado con frecuencia como estandarte y como bandera política por populistas de los que no faltan en el mundo, que no conocen ni remotamente su obra y su pensamiento.
La discriminación racial ha cedido terreno, aunque aún existe, en el mundo y en Estados Unidos, pero el legado y el ejemplo de lucha y tenacidad que nos dejó este gran pacifista, se han encargado de provocar aperturas en la sociedad alguna vez inimaginables para su raza.
La obra de Luther King ha trascendido al mundo. Ha permeado en la sociedad y ha sido artífice de la historia. La presidencia de Barack Obama, primer mandatario afroamericano ha dado cuenta de ello. El desprecio por la igualdad y la democracia de Trump hicieron recordar cada día el legado de Luther King, en tanto que la parsimonia y sobriedad política de Joe Biden parecen tener bien presentes los preceptos del “Soñador de Atlanta”.
Fue un hombre íntegro, nunca traicionó sus ideales, símbolo de la resistencia y de la lucha pacífica. Heredó no sólo a los norteamericanos, sino al mundo un ejemplo de humildad y fortaleza, y con ello el camino de una lucha constante e inevitable, tan noble y humana, tan justa como difícil que sintetiza en una sociedad con igualdad, democrática, y con el sueño de abolir el racismo.
Recordemos al activista, tanto al carisma del líder como el dolor de su muerte.