Por: Alfonso Faure Meza
@alfonsofaurem
Hace unos días, pude experimentar uno de los mejores días de mi vida… subirme a bordo de un Super Auto y más adelante incluso manejarlo… Cuando me ofrecieron que, si quería subirme a dar la vuelta dentro de un Corvette Z06 2016, dije que sí sin pensarlo dos veces. Primero, de manera ingenua pensé que me iba a subir del lado derecho y “solamente” iba a tener la experiencia de copiloto; que aun así ya eran palabras mayores a bordo de este monstruo. Sin embargo, llegamos a un pequeño estacionamiento en un plaza, el piloto lo pone en Parking y me dice – “¿Quieres manejarlo tú?”. Por un milisegundo no supe qué decir, luego mi cerebro se fue a ese lado que tenemos algunos Tolucos de no tomar una propuesta de un extraño como “genuina” y me dio pena. Finalmente, recapacité lo suficiente rápido para no parecer mudo y le dije que sí, que estaba listo. Me dio algunos tips de seguridad y de cómo se debe domar a esta bestia y porque no se maneja en modo “normal”. En seguida me subí, ajusté mi asiento e intenté mover los diminutos espejos laterales, me abroché el cinturón de seguridad, toqué el botón de encendido y la magia comenzó.
Lo primero que notas al estar dentro (y, a decir verdad, desde que estás cerca) es el ruido. Para los fanáticos de los autos, o en inglés “Petrolheads”, escuchar el ronroneo de un V8 supercargado es cómo escuchar la mejor de las melodías. Los cuatro tubos de escape hacen resonar el sonido del bloque de acero como si se tratara de un felino roncando, el monstruo aún no está en posición de ataque. Escuchas el poder de los 650 caballos de fuerza que se obtienen del motor bajo tus pies; están listos para ser demandados en cualquier momento, como un león que está listo para cazar.
Lo segundo que descubrí, es lo pegado al suelo que se encuentra este vehículo. Al subirte parece que te estas acostando en el pavimento y necesitas un par de segundos para acostumbrarte a esta posición de manejo nueva. Todo está en otra perspectiva y espejear se vuelve más complicado porque hay algunos puntos ciegos. El dueño, mi ahora copiloto, me explicó que cuando te cambias de carril y ves un espacio lo mejores es acelerar para conseguir el lugar; la posibilidad de que haya un auto más rápido que tú es mínima.
Por la pura diversión de manejarlo, escogimos el modo Sport dentro de los diferentes modos de manejo. Este modo hace que la dirección se endurezca para ofrecer más precisión, los escapes se abran para un mayor flujo y a su vez, ruido, y la transmisión se siente más rápida y responsiva.
Giré el volante para salir del estacionamiento y comencé a acelerar. Intenté presionar el pedal muy cuidadosamente para no despertar a la bestia; y, de hecho, es una bestia bastante domada como si supiera que su jinete no era experimentado. Avancé poco a poco mientras me acostumbraba a la experiencia de estar en una cabina llena de tecnología y con todos los botones dirigidos al conductor. De pronto, tocó un semáforo en rojo y me encontraba hasta delante de la fila; el siguiente semáforo estaba unos 500 más adelante por lo que la oportunidad de un acelerón había llegado. Tomé el volante con fuera, y reposé el pie ligeramente sobre el freno. En eso, el semáforo cambió al verde, y era la hora de arrancar… Pisé el acelerador y fue cuando lo sentí: las 650 libras de torque se lanzaron como un relámpago al eje trasero. Como pasa con estos potentes monstruos, la fuerza que generan es más a la que necesitan las ruedas para poder tener agarre; entonces, por unos instantes los neumáticos traseros patinaron y rechinaron al momento de escuchar el bramido del motor listo para la acción. Mi cuerpo se pegó al asiento, mi cabeza sintió la fuerza G y mi corazón palpitó al ritmo de la descarga de adrenalina por mi cuerpo.
El paseo por la ciudad continuó, quisimos entrar a la autopista a correr un poco más, pero había bastante tráfico, así que decidimos regresar al “Downtown” y recorrerlo un rato. Ahora me tocó el otro lado de manejar este veloz convertible; todo el mundo se te queda viendo. En cada semáforo, cada cruce, te dejan pasar; los peatones se esperan para poder ver esta belleza en todo su esplendor. Con su mirada te dicen que lo quieren ver correr, pero como no hay espacio, por lo menos les regalamos algo de aceleración para escuchar el rugido del motor supercargado.
Seguimos una media hora más, saliendo y entrando a la zona centro para buscar algunas calles libres y correrlo un poco. En cada oportunidad, yo aceleraba con fuerza y disfrutaba cada momento que me regalaba el “Corvette” a su lado. Frena como acelera, maniobra como frena y es 100% un imán de ojos. Puede ser cómodo y domado cuando uno quiere, como también desatar su furia y exigirle todo hasta las manos más expertas; tiene hasta un modo “Eco” por si queremos cuidar el gasto de gasolina. No obstante, este automóvil fue concebido para correr, para deleitarse con la velocidad y la tecnología de punta, y para atraer las miradas de propios y extraños.
Gracias S. y gracias al “Vette”. Con cada centímetro cuadrado de su carrocería de fibra de carbono, pude disfrutar de una experiencia inimaginable. Ojalá que no sea la última vez que nos veamos, y que pronto pueda conocer a tus rivales del “Cavallino Rapante”.