Por: Isidro O`Shea
@isidroshea
Si bien es cierto que existen diversos tipos de inteligencia, en esta columna la entenderemos en un concepto concreto y sencillo: la capacidad lógica y racional de alguien que comprende escenarios y actúa conforme a ciertos objetivos; es decir, una persona que entiende y sabe cómo actuar, ya sea con otras personas; con sus propios sentimientos; en el deporte; en la política; etc.
Así pues, parecería que los porristas oficiales de la 4T no lo son, sin embargo, creo que lo son, la inteligencia no es el problema; el problema es que a ellos les bastan minutos, o bien, un sexenio de fama en televisión o prensa, así como bajos incentivos de cualquier tipo, para defender y aplaudir lo indefendible.
Todos sabemos quiénes son. Los Gibrán, las Veloz, los Ackerman. Aquellos y aquellas que como parte de ciudadanía de oposición criticaban hasta lo más mínimo de anteriores gobernantes. No les importaba si lo que señalaban eran formas o fondo, pero ahí estaban para poner el dedo en la llaga sin impórtales el beneficio colectivo y nacional.
Son aquellos mismos que parecían creer en las utopías y perfectas democracias o gobiernos. Aquellos que hasta parecían inocentes cuando describían la arquitectura de la política y la administración pública como si hubiesen estado describiendo torres de cubos de colores.
Ellos que señalaron y dijeron tener la solución a todos los problemas, los que enaltecían la voz y mensajes del candidato de “izquierdas”, afirmando que la corrupción se terminaría cuando tuviéramos un presidente no corrupto, hoy dan los argumentos más básicos. Incluso, lo peor no es la simplicidad de sus argumentos, sino el hecho de que los hagan calzar en donde no tienen cabida, cayendo siempre en el decir que todo es culpa del pasado.
La corrupción de anteriores gobiernos, para ellos, merecían pena de muerte, hoy consideran que el señalamiento de la corrupción de los actuales gobernantes es solo una manera de calumniar; para ellos, la inseguridad era un problema de falta de valor de los gobernantes, hoy creen que es un problema heredado; antes creían en los indicadores internacionales, hoy solamente se limitan a decir que es difícil el proceso; antes eran críticos de las pocas instituciones en beneficio de la democracia, hoy afirman que las instituciones son sumamente robustas y pesadas; en fin, lo que hacen estos “analistas” de la 4T, es defender lo indefendible.
Ejemplos concretos hay: defienden la estrategia del COVID que hoy nos tiene con más de 30 millones de defunciones en el país; defienden la militarización del territorio nacional, aun cuando se quejaron de ella en el 2006 como estrategia de combate al narcotráfico; defienden que los funcionarios no salgan a declarar en circunstancias de crisis, pero en su momento hicieron enorme eco del “ya me cansé” de Murillo Karam. Al mínimo error pidieron la renuncia de Fox, Calderón y Peña, pero hoy a los que piden la renuncia del actual presidente los califican de golpistas.
Así pues, lo único que hacen los Balcázar, los Attolini y los Ibarra es defender, como si no valiera su nombre y reputación, lo indefendible.
Estoy seguro de que todos ellos y ellas no carecen de lo que al inicio de este texto califiqué como inteligencia, muchos de ellos lo han demostrado en sus respectivas áreas, oficios o profesiones, y quizá si no fueran lo suficientemente inteligentes, no estarían en donde hoy están.
Lo que me preocupa, me asusta, o vaya la redundancia, me indigna, al punto de entender, pero no de comprender – haciéndome caer en ansiedad cuando intento pegar la cara a la almohada – es su falta de dignidad.
Resulta evidente que ninguno de ellos cuenta con un mínimo de dignidad que les permita decir: “basta”, “esto no”, “no coincido”, “es demasiado”, etc. Su mesías los ha cegado; se han fanatizado, o peor aun: su mesías los ha comprado. Sin embargo, incluso entendiendo que en México se ha construido – lamentablemente – una cultura de que con dinero baila el perro, estos han demostrado, que bailan cualquiera de las que les pongan, y no solamente bailan cualquiera, sino que también evidencian, que no todos ellos, lo hacen con un “incentivo” que les permita darse el lujo de verse felices.
Ellos y ellas lucen tristes, enojados, frustrados y acomplejados, a pesar de contar o ser parte de aquellos que ostentan el poder. Decía Weber en la teoría de la estratificación social, y lo retomó Downs en la Teoría económica de la democracia, que los políticos persiguen: renta (dinero), prestigio o poder. Indudablemente, ellos se están yendo por la renta, aunque sea poca, pero lo están haciendo a costa de lo más preciado que puede tener el ser humano consigo mismo, y que perdura aún estando muertos: la reputación, el prestigio y el nombre.
Ya veremos quiénes serán los valientes que los contraten o los quieran en sus equipos el día que su mesías termine por caer.