PRODUCCIÓN SIMBÓLICA EN EL CONTEXTO DE LO COMÚN
Practicar lo común implica imaginar, recuperar y diseñar formas de organización autogestivas y colectivas no sólo en el ámbito estatal, sino también en el ámbito de producción simbólica y cultural. Por otro lado, si consideramos que el sistema mundo y su transformación son producto de la acción concreta del trabajo social y de la vida natural, bajo la lógica de lo público, el producto de este trabajo y la vida en su totalidad, son administrados por el Estado y la estructura política neoliberal. Estas entidades no solo gestionan el capital, de forma paralela modelan las estructuras simbólicas de la cultura como los afectos y los deseos y en su conjunto configuran una política de subjetivación que anula el pensamiento autónomo. Su reapropiación es el centro de las luchas políticas del siglo XXI.
“Para reapropiarnos de nuestro común es preciso, producir una drástica crítica a este paradigma”, sugiere Ravel (2011: 5). Sin embargo, esta tarea implica una toma de posición política que requiere situarse en otro contexto de producción simbólica: “Nosotros somos ese común: hacer, producir, participar, moverse, compartir, circular, enriquecer, inventar, relanzar. Lo común es la voluntad de existir singularmente (pero sin propiedad privada, nunca individualmente) y, al mismo tiempo, de manera común (pero nunca colectivamente, sin reducir nuestras múltiples diferencias a la unidad del Estado o del partido). Es la crítica radical de toda forma de propiedad privada o pública, la redefinición de una relación con los bienes y las riquezas…” (2011: 5). Incluso, va más allá de los bienes y las riquezas, sobre todo porque involucra afectividades. Mirar lo común como una forma de existencia autogestiva implica repensar la vida fuera de los binomios y las fragmentaciones. Por principio de cuentas, devolver la afectividad y sensibilidad a lo político.