Yuritzi BECERRIL-TINOCO
MIRAR CON EL CUERPO EN LA ERA DIGITAL
En la era digital, los textos cortos y mensajes rápidos, de no más de 140 caracteres componen la cacofonía de nuestra comunicación. El ojo sobrevive diariamente a la exposición vertiginosa de un río de signos de los cuales apenas alcanza a descifrar su significado. De acuerdo con las métricas digitales, se sabe que la cantidad de datos consumidos a nivel mundial en 2021 fue de 79 zetabyttes, el slogan de la empresa Domo encargada de estas métricas digitales es Data Never Sleeps. A través de estas métricas sabemos que por cada minuto se realizan 5.7 mmillones de búsquedas en Google, se visualizan lo equivalente a 694 mil horas de video en YouTube y se publican 167 millones de videos en TikTok.
La mente ha generado un nivel de abstracción acorde con la época, restando peso a lo que Pallasmaa llama pensamiento situacional. Sin embargo la tierra nos sacude, y la separación entre el yo y el mundo se agrieta. Es lo que está sucediendo actualmente, el tiempo presente nos alerta para poner el cuerpo en acción. En el estado larvario ya no hay miedo a la muerte. Todos los sentidos se tienen que poner alerta. El espacio quiere recobrar su sitio como lugar de encuentro situacional y corporal. La experiencia de nuestro-ser-en-el-mundo quiere ser vivida con la carne del cuerpo, y no solo como “una imagen desde fuera proyectada sobre la superficie de la retina”; sino como experiencia háptica, visualidad periférica que nos obliga a mirar de golpe hacia lo importante, que nos pone en contacto con el mundo y nos coloca en escenarios de experimentación colectiva con la urgencia que este mundo necesita.
El gran viaje visual hedonista y autorreferencial de los dispositivos móviles se tiene que convertir en una herramienta de participación y colaboración, un lugar de enunciación horizontal y colectiva. La velocidad de transmisión de la información sigue aumentando vertiginosamente. La comunicación opera en la misma lógica de simultaneidad e instantaneidad. La urgencia de volver a encontrarnos en el espacio obliga a conservar la dinámica que temporaliza el espacio. Sin embargo, no son los tiempos de producción los que determinan el ritmo de la vida, sino la vida misma. Al detenerse el tiempo de producción industrial y de mercantilización visual, la mirada se posa de nuevo en el cuerpo. El colectivo deviene lugar de “identificación emocional”. El cuerpo en el centro de la percepción y de la vida.