Por: Sandra Chávez Marín
La labor docente es motivo de orgullo, admiración y constancia.
Es verdad que la escuela completa el aprendizaje de las infancias, las encamina a valores y necesidades sociales que pondrán frente a ellos un abanico de oportunidades para su desempeño y desarrollo en todos los campos; es cierto, la escuela es su segunda casa.
Cada mañana en las aulas nos espera un grupo de personas listas prestas a recibir conocimiento y nosotros, nos levantamos para compartir las áreas de especialidad con la generación que tenemos a cargo. Año con año son niños, jóvenes diferentes, algunos con ánimo de instruirse, otros sin deseos de asistir a la escuela; cada uno con su carácter, miedos, inseguridades, alegrías, talento. A todos los tenemos presentes, de cada uno aprendemos. No es que se comisione una responsabilidad para dejarla atrás al terminar el ciclo; al contrario, vemos en ellos a las personas que moldearán una nueva versión de sí mismos, es decir, no se irán siendo aquellos que cuando los conocimos. Son otros, diferentes, nuevos, renacidos, algunos se van leyendo rápido, más creativos, sumando, restando, multiplicando; otros con mayor seguridad en sus talentos, y virtudes, proyectando su futuro, asumiendo errores de maneras más sanas.
La educación es un derecho, verla como tal nos convierte en el Estado que salvaguarda las infancias y juventud en tanto seres humanos; sin embargo, los maestros tenemos la voluntad de escalar esa obligación llevando a cabo los valores para una educación eficiente, a una completa convicción de apoyar a los estudiantes en cada paso. Asumir su aprendizaje como un compromiso real que, sin duda, será el camino al futuro que los educandos deciden tomar como plan de vida.
Quienes ejercemos la docencia en grados académicos más altos, recibimos jóvenes que ya han forjado formas de estudio, estilo de vida, gustos, incluso, resistencia a la frustración. Nuestra labor viene ya construida por otros profesionales que los acompañaron en diversas etapas. Cada alumno lleva en sí un pedacito de cada educador que ha contribuido en su formación. El mejor apoyo que podemos darnos entre colegas es ser los mejores en lo que hacemos, tanto que el próximo que tenga contacto con cualquier participante de nuestras aulas pueda observar el maravilloso equipo participante en un proyecto enorme: formación coherente y consciente.
Dormir tarde con la finalidad de realizar las evaluaciones en tiempo y forma, volver a usar pegamento blanco, llenarnos los dedos con pintarrón de diferente color, leer al mismo autor incontables veces; no es un trabajo, es una repetible y admirable vocación que me alegra enormemente compartir con todas y todos mis colegas. No puedo más que agradecer a los docentes que estuvieron en mi camino, que están en el de mis hijos y nieta, gracias por contribuir en la formación de nuevas generaciones.
Cada reto que se presentó este año en el área educativa quedará plasmado como el esfuerzo de los educadores al nunca bajar las manos, dando todo de sí para que los jóvenes siguieran aprendiendo.
Porque amamos lo que hacemos nos acoplamos a los alumnos, circunstancias, escuelas, padres, horarios. Amamos ver crecer a los alumnos, contribuir con la sociedad y por supuesto, no hay nada que nos haga más felices que observar un poco de nuestras enseñanzas en el actuar diario de un profesionista.
¡Felicidades a todas y todos los maestros por su entrega diaria!
¡Felicidades a las y los estudiantes ávidos de deseo por regresar a las aulas!
¡No bajemos la guardia, continuemos cuidando de nosotros y nuestros seres amados!
¡Nos vemos pronto!
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