Por: Alberto Abrego
“Nací en el río, orillero soy, conozco el viento y conozco el sol, sé de la lluvia y la enfermedad y sé que nada es casualidad. Y todos dicen que hay que cuidar al inundado que se inundó, pero se acuerdan que los parió pa’ cuando el agua ya los tapó”
Piero (canción)
Como históricamente ha sucedido, desde la época de los aztecas, las inundaciones forman parte
fundamental de la problemática del Valle de México. Por la situación geográfica, por las características
de nuestro subsuelo, por nuestros índices demográficos, pero sobre todo por la vieja y obsoleta
estructura del sistema de drenaje en nuestra zona metropolitana y el escaso o nulo mantenimiento que
al mismo le dan nuestras autoridades, año con año los habitantes tenemos que sufrir los estragos de las
lluvias en estas épocas.
Frente al vertiginoso e imparable crecimiento del Valle de México y los problemas de hundimiento que
se presentan en diversas zonas, el sistema de drenaje resulta insuficiente. Se tiene actualmente un
rezago de muchos años acumulados de negligencias, olvidos e indiferencia en el mantenimiento de la
infraestructura existente, por lo que el gran riesgo de inundaciones catastróficas ha sido
irremediablemente muy alto. Por ello, es común hablar hoy en día del incremento de los desastres,
especialmente en las áreas ocupadas por los grupos de población marginada.
Las inundaciones y los desastres que provocan es una calamidad previsible casi en la totalidad del Valle
de México cada que llegan estas fechas. Vehículos flotando en los desniveles convertidos en lagunas,
muebles arrastrados por las calles convertidas en ríos de aguas negras, cisternas convertidas en
depósitos de lodo, desastres, pérdidas económicas millonarias y desafortunadamente también pérdida
de vidas humanas. Año con año las autoridades describen los hechos, lo lamentan y sugieren como
principal responsable al fenómeno meteorológico.
No nos engañemos, no habrá solución estructural al problema de la ineficiencia e ineficacia de nuestro
sistema de drenaje, mientras nuestras autoridades no sean capaces de dirigir los recursos para dar
mantenimiento, reparar o en su defecto renovar la infraestructura de las tuberías del drenaje.
No olvidemos que los desastres naturales hoy en día son previsibles, como previsibles deberían ser las
medidas de protección y prevención. Se percibe en la sociedad el hartazgo de que las autoridades
eludan sus responsabilidades, de que se pasen la responsabilidad unos a otros y de su indiferencia ante
los graves problemas que afectan directamente a la población. No ha habido soluciones preventivas,
sólo se han dado respuestas parciales después de que se presenta la catástrofe. El sistema de drenaje
presenta un gran rezago en las obras, por lo que seguirá representando un grave riesgo mientras no se
ataque de raíz un problema que requiere de inversión, actitud y sensibilidad por parte de las autoridades
correspondientes.
Más allá de la retórica y los sensibles discursos, lo concreto es que los recursos que deberían ser
destinados a resolver este grave problema, prefieren utilizarlo en presupuestos personales para
nuestros diputados, en campañas políticas o en obras de infraestructura visibles que representen votos
y popularidad. Invertir en las obras del drenaje profundo no es prioridad, son obras que no se notan, no
están en la vista diaria de los ciudadanos y es una obra que tampoco luce cuando funciona bien.
Nuestras autoridades no deberían olvidar que los desastres naturales con estas características y con
estas consecuencias conducen también a desastres sociales. Ante el dolor y la impotencia por la
pérdida de patrimonios y de vidas humanas, es necesario que quienes manejan el presupuesto lo
ejerzan de manera responsable ante las necesidades reales que flotan ante las inundaciones, pero que
no quieren ver. Con ese pobre criterio, las inundaciones y los desastres serán una constante en nuestra
zona conurbada, y tristemente no existe solución a la vista. Es preocupante y alucinante la indiferencia
de los políticos ante situaciones de esta magnitud.
A los “caprichos” de la naturaleza se suma la incapacidad de quienes administran nuestros impuestos.
Hace 30 años nos alegrábamos por las lluvias, por el arcoiris, por los sembradíos, las cosechas, por las
presas y ríos, por la naturaleza; hoy cuando en el Valle de México decimos “Parece que va a llover”, es
con preocupación y tristeza. El resultado lo tenemos a la vista.
RÁPIDAS MEXIQUENSES. Ante las recientes lluvias que han provocado desastres en algunas
colonias y comunidades, el Secretario del Ayuntamiento de Toluca, Carlos Sánchez Sánchez, declaró
que las autoridades realizan “las acciones necesarias” para apoyar a las familias que sufren daños
ocasionados por las inclemencias del tiempo. Habrá que recordarle o informarle al funcionario que las
“inclemencias del tiempo” son exactamente cada año durante esta época, y que la mejor forma de
ayudarles es invirtiendo en la vieja y obsoleta infraestructura del drenaje para PREVENIR estas
situaciones; con más de dos años en el cargo, el alcalde Juan Rodolfo Sánchez tal vez no se la ha
aprendido. Seguramente quienes sufren de inundaciones año con año en sus casas, le agradecen que
esté “muy al pendiente”, pero le agradecerían más que se emprendieran acciones para combatir el
problema de raíz y no las palabras de aliento y la supuesta ayuda de ayudarles a sacar el agua a
cubetazos de sus casas. Es una copia casi exacta de lo que ocurre en gran parte del Valle de México.