”Vendía, en un día, 35 bolsas de garapiñados, 40 de cacahuates, las paletas de 60 hasta 150, los días buenos eran los viernes”, dice Don Jesús.
Llegó a San Miguel Totocuitlapilco en Metepec, procedente de la González Romero en la Ciudad de México.
”Somos un milagro de Dios, porque dejamos ese infierno y hoy vivo feliz, todavía soy útil en la vida”, comenta Jesús Lagos Mejía.
Por Gerardo Mendoza
Toluca- Con su inseparable “gancho”, donde ofrece una gran variedad de dulces, se ve a Don Jesús como desde hace mucho tiempo, en las ferias de los pueblos para llevar el pan y la sal a sus seres queridos; su andar también es de sobra conocido en los camiones del transporte público y a las afueras de clínicas del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), en Toluca y Metepec.
A sus 67 años de edad, Jesús Lagos Mejía, cuenta que es originario de la González Romero, en la Ciudad de México, pero a los 36 años emigró a la capital mexiquense, donde formó una familia en la Delegación de San Miguel Totocuitlapilco, en el Pueblo Mágico de Metepec.
“En ese tiempo llegué a San Miguel Toto, por mi hermana, recuerdo que se casó un primo y ahí conocí a la que hoy es mi esposa, yo también me casé al poco tiempo, pero no creas que fue fácil, antes viví en un mundo de infierno que yo mismo hice, por una adicción que hoy gracias a Dios ya dejé desde hace mucho”, relata Don Jesús, con ese rostro lleno de arrugas y manos ásperas marcadas por el tiempo, con buenos y malos momentos.
Elevando una oración al cielo, da gracias y cuenta que ante la ausencia de su padre, su mamá no pudo darle estudios y desde niño tuvo que trabajar para ganar, en ese entonces, 20 centavos.
“A mi papá lo mataron, no lo conocí más que en fotografía, mi mamá no tuvo posibilidades de mandarme a la escuela, crecí y tuve problemas con mi manera de beber y, como todo, hice cosas malas. Un mes perdí la mente, me desconecté de la vida, le eché lumbre a la casa, me aventé al río de los Remedios, estaba ahorcando a mi mamá; tantas cosas tuve que hacer. Me salía con todo y bata de los hospitales, me arranqué el suero, luego me quedaba en carros abandonados, en baldíos, fui un teporocho y tuve que llegar a un grupo de autoayuda”, explica nuestro personaje.
Sin embargo, la vida de Lagos Mejía dio un giro, así logró enderezar su vida, poco a poco con la ayuda de Dios, como él mismo lo cuenta.
“Son maravillas las que Dios te da, el mismo sufrimiento te hace tener amor a la vida, somos un milagro de Dios, entonces comencé a trabajar como ayudante de albañil, pintor, entré a soldadura y montaje, hacía bajadas de agua y terminé vendiendo paletas y también dulces con mi gancho, me gané varios apodos”, explica Don Jesús.
Platica que la gente enseguida lo llamó “El Paletas”, “El Botanas” y “El Cacahuates”, subía a los autobuses, ofrecía su mercancía a las afueras de hospitales y en las ferias de los pueblos, como en el carnaval de San Francisco Tlalcilalcalpan en Almoloya de Juárez cada 4 de octubre.
“Antes me trepaba en los camiones, tengo mucha gente que me conoce en la 220 del IMSS y la 251 de Metepec, en San Francisco no fallo, Dios siempre me da licencia”, comenta mientras ingiere sus sagrados alimentos, luego de otra jornada de trabajo.
A principios, explica, no había mucha competencia como ahora, y la fuerza ya no es la de antes.
“En ese entonces éramos contados los que estábamos vendiendo, era «El Avestruz», estaba «El Juanito», «El Bulldog», Don Lorenzo, el difunto Goyo, éramos como seis o siete y solo era Tollocan, Isidro Fabela y Las Torres, ya cada quien tenía en dónde trabajar honradamente”, detalla Don Jesús.
Entre bocado y bocado, Lagos Mejía, asegura que en sus inicios daban tres bolsitas por un peso, hoy en día, con la competencia, apenas sale para comer.
“En un día vendía 35 bolsas de garapiñados, 40 de cacahuates, otras más de pistaches, ahí se sacaba más. La paleta, vendía 60 o hasta 150, los días buenos eran los viernes, hoy ya no tengo la misma fuerza y por la competencia las ventas están bajas, pero no me quejo, lo que manda Dios es más que suficiente, él sabe cuánto es lo justo para mí, no se equivoca”, recalca “El Paletas”.
Con orgullo dice que gracias a su fuente de trabajo, le permitió sacar adelante a su familia, hacerlos gente de bien.
“Tengo dos hijos encantadores, uno de 30 años y otro de 27, son buenos, tienen su trabajo y me dicen que ya no salga a vender, que ellos me ponen un puesto afuera de la casa, entonces yo les digo que eso no se va a poder, que si me quitan lo que más quiero yo me muero, que si realmente me quieren, me dejen hacer esto, todavía soy útil en la vida”, finaliza Don Jesús.
Así, al final de la entrevista, Jesús Lagos Mejía, da la vuelta y regresa a casa para descansar al lado de sus seres queridos, quienes ya lo esperan, jalando su gancho y con una mochila a la espalda.