Por: Norberto Hernández
Las llamadas elecciones más importantes de la historia tienen una conclusión, en mi opinión incorrecta. Creo que puede ser una hipótesis válida, pero lejos está de ser un hecho determinante para la continuidad del régimen que impulsa la Cuarta Transformación (4T). Por un lado, estas elecciones tienen un escenario extraordinario: la presencia de una pandemia provocada por un virus letal en todo el mundo; y afecta al país de manera estructural. Lo segundo, por los resultados electorales de 2018 que, prácticamente, desmantelaron el aparato que sostuvo al régimen autoritario. Fueron 35 años de predominio del modelo económico neoliberal.
El partido del presidente ganó lo que nadie esperaba, lo que nadie imaginó; y en esa condición no perdieron los partidos que competían bajo las reglas del sistema, perdieron los controladores del mismo. Los más sorprendidos y más afectados fueron, y son, el reducido grupo de empresarios que sometieron a los titulares del poder público. En síntesis, se desdibujó el aparato de la administración pública subordinado a los hombres de negocios. Llegaban al cargo con el dinero de sus promotores con el compromiso de regresar la moneda y mantener el modelo de negocios fundado en influencias. El presidente en turno era un gestor de los intereses que los ayudaron a llegar.
El voto del pueblo solo era la pantalla que cubría los acuerdos entre las cúpulas. Eran procesos donde los ciudadanos elegían a su verdugo, y este cumplía su función de castigarlos con pobreza y mayor desigualdad. Era más un modus operandi que elecciones libres y democráticas. Desde luego que a esos presidentes de México los arroparon sus mismos financieros y todo el aparato de comunicación oficialista. Había que hablar bien de ellos y destacar que eran los mejores hombres que podía tener el país. Los calificativos llegaban al exceso, a lo ridículo.
Cierto que había una oposición entre los partidos, pero la alternancia terminaba en acuerdos que no ponían en riesgo la continuidad del modelo de reparto de la riqueza nacional, mucho menos ponía en riesgo el control político en el país. A pesar de la competencia, en las elecciones prevalecía la condición del ganar-ganar. Todos, triunfadores y vencidos, se veían en los acuerdos de la plenitud del “pinche poder”, como lo dijo uno de los más destacados miembros de aquella clase política, un cachorro de la revolución.
Desde aquél fatídico 2018, los perdedores, es decir, el modelo de partidos, los hombres de negocios y los políticos afines se han dedicado a lamentar su derrota denostando a quien los venció bajo las reglas, usos y costumbres que ellos mismos crearon. Han intentado de todo, pero nada ha conseguido funcionar al nivel de sus exigencias y privilegios. Añoran el pasado y detestan el presente, porque al titular del Poder Ejecutivo no lo pusieron ellos, no les debe nada y es contrario a sus modos de hacer fortuna. Desde el insulto hasta la descalificación por todos los medios y nada hace que su odiado enemigo se eche para atrás.
A su berrinche (porque a sus intentos por desestabilizar al presidente no se puede llamar estrategia) los limita la idea de ganar la mayoría en la cámara de diputados y con eso parar la 4T. Y eso es una variante de poco peso ante los abusos, excesos y arbitrariedades cometidas durante el neoliberalismo a la mexicana. El saqueo de la riqueza nacional fue brutal, la corrupción inmisericorde, y cada que asoman la cabeza su mismo proceder hace que la escondan. Son una especie de oposición vergonzante. A la exigencia que regresen al pueblo lo robado responden que el presidente es un dictador, un comunista; sin embargo, hasta ahora ha sido la ley el marco que sostiene el proceder el presidente.
Lo último que impulsó su discurso en contra de su vencedor fue la aprobación de la ampliación de dos años del periodo del actual presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Lo hicieron de tal manera que ignoran la deuda que tiene el Poder Judicial con el pueblo. Si hay un poder que requiere reformarse es precisamente ese, su deuda con la impartición de justicia es abismal. Nuevamente crean una trinchera ficticia y sus voces no hicieron eco en la base social. Su única ganancia fue sumar al vociferante Porfirio Muñoz Ledo que está indignado porque no fue líder dos veces de la Cámara de Diputados, porque no ganó la dirigencia nacional de MORENA y porque tampoco lo hicieron diputado por elección consecutiva.
La molestia opositora será mayor ahora que procedió el desafuero del gobernador de Tamaulipas. Esta oposición nada en su propio mar de corrupción. Con o sin mayoría en la Cámara de Diputados el presidente los tiene agarrados de sus excesos. Y eso les duele más que si los tuviera agarrados de aquella noble parte.