Hablando de decisiones
Sandra Chávez Marín
Fecha de Publicación: 08 de noviembre 2021
Así, corrían las manecillas del reloj segundo a segundo, minuto a minuto, hora tras hora, día tras día y año tras año; parecía que el tiempo se percataba de que la mejor manera para sobrevivir dentro del suplicio en el que cohabitaban los niños y niñas que integraban esa familia era esa: correr, correr, correr y no voltear, hacer de cuenta que nadie estaba, nada pasaba; escabullirse era mejor que mostrarse presente y atenerse a las consecuencias de respirar, sonreír o simplemente…existir.
Aquellos días en los que parecía que el sol color naranja jugaba con las nubes erigiendo exquisitos atardeceres dibujados por el vaho del creador iluminados en diferentes matices, momentos inolvidables en que los vecinos compartían un vaso de agua fresca sabor a limón, acompañada por un cubo de hielo para atenuar el calor, disfrutando entre caídas, bromas y risas de niños, resultaban instantes valiosos para evadir la realidad, para transitar a través de la imaginación a un mundo mejor; uno en el que su hermano no fuera encerrado en el baño sin luz al anochecer para hacerle creer mediante araños en las puerta que había algo malo, diabólico (tanto como la mujer que tenía el valor de torturar a un pequeño de esa manera), asustarlo, traumatizarlo, aminorarlo al grado de que era difícil para cualquiera, disfrutar su inocente, bella, y escurridiza mirada detrás de los enormes lentes que le ayudaban a esconder la mitad de su cara; uno en el que no le marcaran a golpes las manos abiertas en la espalda al otro hermano por haber perdido el billete que se le dio a sus escasos nueve años para ir caminando a una distancia no menor de 500 metros a comprar pan o por haberse comido una pieza antes de llegar a casa para cenar; uno en el que al caerle el espejo de cuerpo entero sobre el dedo pulgar del pie hubiese podido gritar el dolor que le ahogaba la garganta por guardárselo ante la angustia de la represalia; uno en el que sus brazos crecieran, se abrieran como enormes alas con bellas plumas blancas y protegieran a sus seres más amados: sus hermanos.
Transcurre el tiempo, la vida sigue y acoplarse a lo que brinda es fundamental para subsistir.
El bulling del que fue víctima en el sexto grado de primaria le orilla a ingresar temerosa a la secundaria; ataviada con ropa y zapatos prestados (a falta de propios en buenas condiciones), busca caras conocidas…no las encuentra.
Con el paso de los días, desea ser aceptada por el círculo de adolescentes totalmente ajenos, en el que, gracias a la presencia de su hermano, se siente protegida, cuidada.
Mientras tanto, en casa, carente de comprensión y atención, en un entorno machista, ajeno de presencia materna pase a contar con una tercera figura femenina en funciones de la misma, da inicio un episodio causante del inmenso desequilibrio personal.
La pregunta con la que cierro esta segunda parte de la historia, es:
¿Dios otorga a cada quién lo que le corresponde?
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