jueves, mayo 23, 2024
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Un testamento espiritual ante la angustia de la muerte

Zujey GARCÍA GASCA

El emperador Adriano está enfermo. Aunque Hermógenes, su médico, finge que se trata de un padecimiento nimio, la hidropesía del corazón lo debilita todo: las piernas ya no soportan una larga ceremonia romana y mucho menos cabalgar. Adriano sabe que ya no morirá en una batalla, que una puñalada en el corazón o una caída de caballo, la peste y el cáncer han dejado de ser causa probable de su muerte «Es difícil seguir siendo emperador ante un médico», advierte Adriano, y con toda certeza esta afirmación rebaza los límites ficcionales de la literatura, pues quién no se inmuta ante una enfermedad y máxime si ésta es terminal.
La obra literaria biográfica Memorias de Adriano de la escritora francesa de origen belga, Marguerite Yourcenar, sirve para ejemplificar lo endeble de la humanidad ante una enfermedad y la muerte posterior, y es que en el contexto real y ficcional no importa qué tan influyente y poderosa sea una persona si esta de pronto se ve invadida por una enfermedad incurable.
La relación clínica médico-paciente ha tenido sus variantes conforme a los avances tecnológicos en la medicina, anteriormente, el médico mantenía una postura paternalista, él decidía qué hacer con respecto al enfermo, y cuando no había más remedio que deshauciar y dejar el protagonismo al notario y al sacerdote, el doliente moría en su casa junto a sus seres queridos.  Sin embargo, al aparecer las técnicas de soporte vital se ha llegado a la necedad de que siempre se puede hacer algo más por los pacientes, los tratamientos heroicos como los respiradores artificiales, hemodialisis, alimentación parenteral y enteral, trasplantes de todo tipo, ultrafiltración, reanimación cardiopulmonal, pero ¿hasta dónde parar?, ¿qué es realmente beneficioso para el paciente?, y ¿hasta dónde los tratamientos decrementan la calidad de vida del enfermo e incluso de sus familiares?   En la relación paternalista el médico determinaba lo que era beneficioso para el paciente, pero desde el reconocimiento de la autonomía de las personas, así como del surgimiento de la Carta de los Derechos de los Pacientes de 1973, sólo debe ser beneficioso lo que tiene por tal el propio paciente. La relación estructural democrática médico-enfermo considera los derechos de los pacientes a decidir sobre sí mismos; sin embargo, esta determinación no debe prescindir de la confianza y el compromiso ético que el médico brindará al paciente, en esto va incluido el derecho que tiene éste de recibir información suficiente, clara, oportuna y veraz.
Retomando nuevamente la obra, Hermógenes ocultaba la verdad al emperador Adriano, y este último lo justificaba: «perdono a este buen servidor su esfuerzo por disimularme la muerte, tiene la sabiduría de la prudencia»; pero hasta dónde esta virtud cardinal de sensatez es congruente, cuando Adriano siente un cuerpo debilitado, que ya no responde, que no obedece al emperador -acostumbrado a mandar-, que su organismo es un saco de huesos inútiles y que sólo le queda la memoria de un hombre que libró la muerte en batallas, que los colmillos de las fieras no lograron penetrar antes de recibir el tiro de gracia, que las tempestades no supieron aprovechar las oportunidades de aniquilarlo.
centro.estudios@codhem.org.mx
Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México.

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