POR Norberto HERNÁNDEZ
La pandemia cambió el escenario mundial. Todavía no conocemos los impactos que tendrá tan pronto se estabilicen las cosas. Así como nadie estaba preparado para enfrentar el virus mortal, tampoco se han dimensionado los efectos en el orden mundial. Lo que sí sabemos es lo que la pandemia puso frente a nosotros. Al menos en México, hizo públicas las deficiencias del sistema de salud, el atraso de los centros de investigación, en especial de las universidades y la ausencia de una cultura cívica que antes, hace muchos años, se enseñaba en las escuelas primarias. Es lamentable que un país como el nuestro, esté pidiendo vacunas a Estados Unidos, China y Rusia cuando tiene las condiciones, el talento y la capacidad para desarrollar una propia. Eso sí, hemos contribuido al Records Guinness con cosas tan frívolas como la enchilada o el huarache más grande del mundo.
Nuestra querida Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el orgulloso Instituto Politécnico Nacional (IPN) y todas las universidades del país han brillado por su ausencia. Darnos golpes de pecho, salir al paso de la crítica, buscar y encontrar brillantes justificaciones y repartir culpas es solo perder el tiempo. Incluso, poner de ejemplo al Premio Nobel de Química, Mario Molina y otros destacados científicos mexicanos es una salida falsa. En realidad el Dr. Molina solo estudió la licenciatura en la UNAM, sus estudios posteriores los hizo en Alemania y los Estados Unidos. Es más un mérito de tipo familiar y personal que otra cosa; incluso, sus estudios básicos los realizó fuera del país. Lo mismo podríamos decir de Octavio Paz o Carlos Fuentes. Cuando un rector, se conoce más por su militancia en un partido político que por sus logros al frente de la UNAM no podemos esperar otra cosa. ¡Imaginen a un respetable rector de la UNAM de matraquero de un partido! Lo sorprendente es que también estuvo al frente del Seguro Social. Y, sin pena ni rubor alguno, se puso atento y solícito para criticar las acciones del gobierno federal para enfrentar la pandemia.
Otro asunto vergonzoso es el desempeñado por las universidades estatales. Por principio, en una mayoría, por no decir en todas, los rectores son impuestos por los gobernadores y no por los procedimientos universitarios. La misma suerte corren los directores, son ascendidos por méritos de militancia política, rara vez por sus logros académicos o aportaciones a la ciencia. Algunos defensores del stablishment se conforman con tener una plaza y cobrar su quincena. No, mis queridos compañeros universitarios, la corrupción domina el sistema educativo en todos sus niveles. El resultado es que somos un país dependiente por elección. Callar es la mejor manera de pertenecer a esos círculos académicos privilegiados. Lo citado molesta, y el más osado podría reclamarme y exhortarme a presentar las pruebas. Y solo diré que tengo una: no tenemos una vacuna nacional.
Seguramente, existen esfuerzos individuales y esos son méritos que se respetan y reconocen, pero no son producto del sistema educativo y de investigación nacional como parte estratégica del desarrollo de México. El número de patentes que se registran como resultado de la ciencia, la tecnología y la investigación apenas alcanza para decir que se avanza en ese terreno. Lo que se hace es trabajo de justificación no de innovación. No solo es falta de recursos y corrupción, también es por el monopolio que algunos grupos ejercen dentro de las instituciones educativas. Ahí están. Gobiernos van y vienen, rectorías y direcciones cambian, pero los privilegiados siguen siendo los mismos. Los de siempre. Entre ellos se dan reconocimientos, posiciones, becas, y, al más puro estilo de Don Fidel Velázquez, solo dejan el cargo cuando fallecen.
Muchos de los buenos estudiantes, pronto se convierten en investigadores, pero se van a la iniciativa privada donde aportan conocimientos que hacen de sus empresas empleadoras fuentes generadoras de riqueza, negocios altamente rentables. Ellos viven bien, con la comodidad que su talento les brindó. Cuando quieren contribuir a su Alma Mater lo hacen de manera simbólica y en más de las veces por gratitud, pero no pasan de ahí, porque la dirección del rumbo educativo lo tienen los grupos de control político. Así no puede existir calidad educativa, es engañar a los jóvenes, traicionar al país y degradar el nivel de vida de los mexicanos al tercer mundo, o tal vez más abajito.
Es momento de mirar de frente, de aceptar que la corrupción tiene en el sótano al modelo educativo en todos sus campos y niveles. Es urgente asumir una responsabilidad compartida, que contribuya al cambio profundo de las universidades públicas, que son las que dedican más recursos a la ciencia y la tecnología. Como universitarios, por la capacidad y formación profesional debatimos, solo que esta vez pongamos como punto de partida que: ¡no hay una vacuna mexicana!