viernes, noviembre 22, 2024
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1968 Más allá de México

POR Isidro O’SHEA

Era 2014, aún mis años de licenciatura. Un domingo le pedí a mi padre que me llevara a “La Lagunilla” y a Tepito a comprar películas de una lista que había hecho, cuyos títulos no había conseguido en ninguna parte. Si bien ya existían ciertas plataformas de películas, aún éstas no estaban en su boom; de hecho, de aquella lista sigo sin encontrar algunas, como Buñuel y la mesa del Rey Salomón (2001).

 

Entramos por la parte de “La lagunilla” con la idea de sentirnos más seguros; a las antigüedades ya no les prestamos demasiada atención, pues dicen los “que saben” que hoy día las antigüedades que valen la pena ya no llegan ahí, sino a galerías prestigio. Dicen también los “que saben” que lo mismo sucede en los más famosos mercados de pulgas del mundo: San Telmo, “El Rastro” o el de la Vernaison.

 

Ya dentro de Tepito no encontrábamos ningún puesto que tuviera las películas que buscaba, hasta que un amable señor nos dijo que éstas las vendían en la calle de Jesús Carranza. Efectivamente, ahí estaban muchas de las películas incluidas en mi lista.

 

Una vez con las películas en mano, salimos por el mismo camino y con el mismo objetivo: sentirnos más seguros ante el “Barrio Bravo de Tepito”. En la orilla del mercadillo, un señor de mediana edad mostraba su escasa mercancía. Suerte tuve de alcanzar a ver un libro que me llamó la atención: Alrededor del 68 de Jean Paul Sartre, con páginas amarillas y olor a polvo que evidenciaban ser una edición antigua del Fondo de Cultura Económica.

 

Dubitativo le pregunté al comerciante cuánto costaba el libro; no rebasaba los 50 pesos, al dejar ver cierto entusiasmo por mi parte, el comerciante redujo aun más el precio y dijo: “Está muy interesante; viene todo lo de Tlatelolco”. Era evidente que el vendedor no lo había leído, sin embargo, afortunadamente, para él como para mi, yo sabía que no iba de ello.

 

El próximo viernes se cumplen 52 años de la masacre estudiantil de Tlatelolco, y al igual que el comerciante de “La Lagunilla”, y que la mayoría de los mexicanos, creo que los expresidentes Díaz Ordaz y su Secretario de Gobernación, Luis Echeverría, cometieron el error de no haber visto las protestas estudiantiles en un contexto global, sino solo como un movimiento rebelde dentro de la Ciudad de México que amenazaba la organización de los Juegos Olímpicos. Como si México fuera un ente aislado de la realidad mundial.

 

Poco pensaron en lo que sucedía en aquel 1968 alrededor del mundo; manifestaciones y muestras de descontento social en: París, Washington, Praga, Oslo o Berlín. Sobre todo, poco pensaron en el mayo francés, donde estudiantes y obreros clamaban ante Charles de Gaulle y Pompidou un mayor estado de bienestar. No se les ocurrió pensar que la sociedad mundial comenzaba a clamar ya no únicamente por derechos materiales, sino también por derechos post materialistas.

 

Desde mi perspectiva, 1968 fue el año que socialmente revolucionó la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, muy lejos de esas ideas estaba el gobierno mexicano, donde el presidente, por cierto, nunca mostró arrepentimiento.

 

Mientras que, en París, la zona cero de los movimientos sociales de aquel año fueron contados los muertos; la incapacidad de reflexión y diálogo por parte del gobierno mexicano terminaron en una masacre en nuestro país imposible de cuantificar.

 

Por otro lado, el 2 de octubre fue también un parteaguas en la historia del país, y en un sentido meramente social marcó el inició de la pérdida de legitimidad del PRI del siglo XX, siendo pieza clave del andamiaje de la democracia mexicana. Sin embargo, ello no es excluyente de ser consciente de que el movimiento estudiantil mexicano no fue un suceso aislado, y que la misma generación alrededor del mundo estaba clamando por sus libertades.

 

Lamentablemente, parece que hoy los mexicanos continuamos en el error de pensar en 1968 exclusivamente mirando nuestro ombligo; es evidente que valdría la pena comenzar a pensarnos como parte de la realidad mundial y no como ente aislado.

 

Quizá si Díaz Ordaz y Echeverría hubiesen sido: más inteligentes y menos autoritarios, hoy sus nombres no estarían vetados de manera fáctica para calles y plazas públicas. Si hubiesen estado dispuestos a dialogar con los estudiantes, al igual que lo hicieron De Gaulle y Pompidou en Francia, la historia no los juzgaría tan mal.

 

Hoy, a diferencia de los exgobernantes mexicanos, el aeropuerto más grande de París y uno de sus museos más importantes, llevan el nombre de su entonces presidente y primer ministro respectivamente, quienes después de los sucesos, aún ganaron más elecciones.

 

Al verano siguiente de que compré el libro, me lo llevé al otro lado del Atlántico y no dudé en ir con mi hermano al cementerio de Montparnasse, donde están los restos de Sartre y su pareja Simone de Beauvoir. Con mi tesoro entre manos, detrás de la tumba de uno de los principales existencialistas – vaya paradoja – le pedí a mi hermano que me hiciera una foto.

 

Así pues, creo que es más que necesario que el 2 de octubre siga sin olvidarse, pero también veo necesario que empecemos a pensar que no solo es el 2 de octubre, sino todo 1968. No solamente es la Plaza de Tlatelolco, sino también “El Barrio Latino de París”; el National Mall de Washington, y cada rincón donde suspire algún idealista revolucionario.

 

No solamente son las manifestaciones estudiantiles, también son las manifestaciones en contra de la intolerancia racial en Estados Unidos; también es el asesinato de Martin Luther King, y del mismo Ernesto “El Che Guevara”; es la idealización de la sexualidad plena en el festival de Woodstock. Fue la apertura de puertas a un mundo más liberal y un poco menos autoritario. Fue la idea del “prohibido prohibir”.

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