POR Yuritzi BECERRIL TINOCO
El escenario es la calle. Una plaza en el centro histórico de la ciudad de México. Es el 16 de octubre de 2014. Apenas quince días después de que se hicieran públicos los episodios de violencia ocurridos el 25 y 26 de septiembre de 2014 en los que desparecieron 43 estudiantes. Todo el país se encuentra convulsionado. Varias decenas de jóvenes toman una plaza. Lanzan gritos desesperados. Atraviesan entre los cuerpos de los transeúntes que van de paso. Un coro incomprensible de voces domina el espacio. Caminan deprisa, como si estuvieran desesperados buscando algo. Algunos transeúntes se detienen ante el cisma, dibujan una coreografía en la que unos cuerpos vagan y otros permanecen estáticos. Pronto, los cuerpos estáticos se separan del conjunto en movimiento, los rodean. Se escucha un grito. Es un hombre que pide que los disparos se detengan. No se escucha la detonación de ningún arma. Quizá los disparos se encuentran en la memoria. Los jóvenes que estaban en movimiento se quedan estáticos ante el grito y se agazapan junto a él. Justo frente a una manta tirada en el suelo que lleva escrita una frase: “el siguiente podrías ser tú”. Se concentran todos y recogen sus cuerpos cubriendo los oídos como protegiéndose de un ruido ensordecedor. Una mujer se separa del cuerpo homogéneo y grita: “Como a 20 metros encontramos al compañero Edgar Andrés Vargas con un balazo en la cara”. La célula humana se disipa en la medida en que sus integrantes tiran frases: “¡el compañero estaba medio agachado, herido, chorreando sangre!”, “Lo cargamos como pudimos y luego corrimos, ¡corrimos!”, “Y sintiendo los disparos que impactaban a los autos que estaban a las orillas”, “Íbamos entre los coches para que no nos dispararan”.
Se trata de un relato teatralizado sobre la violencia en que se vieron envueltos estudiantes del normal rural Isidro Burgos de Ayotzinapa. ¿Drama social o drama estético?, ¿Teatro o vida cotidiana?, ¿Arte o vida?, ¿Representación o realidad? El relato completo de esta representación performática nos permite recoger información acerca de la manera en que una sociedad cuenta su historia, más allá de la veracidad de los hechos. Durante los meses que siguieron a este septiembre trágico de 2014, tuvieron lugar distintas representaciones performáticas, que irrumpieron de manera espontánea y efímera en plazas públicas del país. Cada una, a su manera, narra un relato como si se tratara de un testimonio. Esta característica podría hacernos pensar el performance como una expresión o reflejo de la cultura, considerarlo como una herramienta testimonial o como una forma en la cual la cultura se ve a sí misma. Es decir, el performance visto no solo como una expresión cultural sino como un mecanismo articulado y deliberado en el cual una sociedad se narra a sí misma.
En este sentido el performance cultural puede ser un mecanismo de protesta o un ritual catártico en la que se activa una reflexividad performativa que nos coloca en el lugar de las y los otros.