lunes, mayo 13, 2024
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SIGLO XXI PARA LA HUMANIDAD- ARIEL PÉREZ

SIGLO XXI PARA LA HUMANIDAD

Es importante comprobar que somos capaces de realizar más acciones buenas que malas: estar conscientes de esto puede servirnos para alcanzar una vida mejor.

A pesar de todos nuestros problemas y yerros —las guerras, la pobreza, el aumento de divorcios, la desnutrición infantil, el deterioro ambiental, los feminicidios—, el mundo en general ha ido mejorando y convirtiéndose en un buen lugar para que una persona desarrolle sus potencialidades.

La vida que buscamos garantiza mínimamente las condiciones de desarrollo material y espiritual del ser humano, sus familias y sus comunidades. Sin embargo, en medio de ideologías políticas, no es fácil llegar a acuerdos sobre lo que esto significa. El historiador israelí Yuval Noah Harari, en 21 lecciones para el siglo XXI, invita a la reflexión profunda y concienzuda, por lo que no he querido dejar pasar algunas ideas básicas, sobre todo en el momento histórico que vivimos como humanidad.

En un mundo inundado de información irrelevante, la claridad es poder. En teoría, cualquiera puede intervenir en el debate acerca del futuro de la humanidad, pero es muy difícil mantener una visión clara. Con frecuencia, ni siquiera nos damos cuenta de que se produce un debate, o de cuáles son las cuestiones clave. Somos miles de millones las personas que apenas podemos permitirnos el lujo de indagar en estos asuntos, porque tenemos cosas más acuciantes que hacer: ir a trabajar, cuidar de los niños u ocuparnos de unos padres ya ancianos. Lamentablemente, la historia no hace concesiones. Si el futuro de la humanidad se decide en nuestra ausencia, porque estamos demasiado ocupados dando de comer y vistiendo a nuestros hijos, ni ellos ni nosotros nos libraremos de las consecuencias. Esto es muy injusto, pero ¿quién dijo que la historia es justa?

Desde luego, 7.000 millones de personas tienen 7.000 millones de prioridades, y, como ya hemos dicho, pensar en el panorama global es un lujo relativamente escaso. Una madre soltera que intenta criar a dos niños en un suburbio de Bombay se centra en la siguiente comida; los refugiados que se encuentran en una barca en medio del Mediterráneo otean el horizonte en busca de algún indicio de tierra, y un hombre moribundo que yace en un hospital atestado de Londres reúne las fuerzas que le quedan para respirar una vez más. Todos ellos tienen problemas mucho más acuciantes que el calentamiento global o la crisis de la democracia liberal.

La realidad está compuesta de muchas hebras, y este libro intenta abarcar distintos aspectos de nuestro dilema global, sin pretender ser exhaustivo. selección de lecciones. Dichas lecciones no concluyen con respuestas simples. Su objetivo es fomentar más reflexión y ayudar a los lectores a participar en algunos de los principales debates de nuestra época.

Vale la pena destacar las conexiones existentes entre las grandes revoluciones de nuestra era y la vida interior de los individuos. Por ejemplo, el terrorismo es a la vez un problema político global y un mecanismo psicológico interno. El terrorismo opera pulsando a fondo el botón del miedo en nuestra mente y secuestrando la imaginación individual de millones de personas. De forma similar, la crisis de la democracia liberal se desarrolla no solo en los parlamentos y los colegios electorales, sino también en las neuronas y las sinapsis. Es un tópico señalar que lo personal es lo político. Pero en una era en la que científicos, compañías y gobiernos aprenden a acceder ilegalmente al cerebro humano, este estereotipo resulta más siniestro que nunca.

Un mundo global ejerce una presión sin precedentes sobre nuestra conducta personal y nuestros valores. Cada uno de nosotros está atrapado por numerosas telarañas que lo abarcan todo, que por un lado restringen nuestros movimientos pero que al mismo tiempo transmiten nuestras más minúsculas sacudidas a destinos muy alejados. Nuestra rutina cotidiana influye en la vida de personas y animales que se hallan a medio mundo de distancia, y algunos gestos personales pueden incendiar el mundo entero, como ocurrió con la autoinmolación de Mohamed Bouazizien Túnez, que desató la Primavera Árabe, y con las mujeres que compartieron sus experiencias de acoso sexual y desencadenaron el movimiento #MeToo.

Finalmente, esta dimensión global de nuestra vida personal significa que es más importante que nunca poner al descubierto nuestros prejuicios religiosos y políticos, nuestros privilegios raciales y de género, y nuestra complicidad involuntaria con la opresión institucional.

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